La cesta de la compra se transforma en cestita de la compra
La pasada semana, en la cola de la caja de un supermercado, sin intención de estar atento a conversaciones ajenas aunque tengo un lado cotilla, escuché como un señor le comentaba a la cajera en el momento de pagar, “¡50 euros no dan ya para nada!, llevo cuatro cosas y 46,23 euros es la cuenta….”
Y me recordó a mi Abuela cuando decía “100 pesetas ya no dan para nada”, y a mi Madre cuando decía “1.000 pesetas ya no dan para nada”, y a mis primeros años de amo de casa cuando decía “5.000 pesetas ya no dan para nada”.
Por mi profesión, enseguida vinculé la conversación a la inflación, principal causa de la pérdida de valor del dinero, definida como el aumento generalizado y sostenido en el tiempo de los precios de bienes y servicios de una economía.
Y es que entre la época en la que escuchaba quejarse a mi Abuela y la reciente conversación de supermercado, la variación del Índice General Nacional de Precios de Consumo, principal referencia para medir la inflación, ha sido de más del 800%. Pues podrán imaginarse cuánto ha subido un kilo de naranjas o la mantequilla en ese intervalo de tiempo. Como dice mi Madre, “¡si tu Abuela resucitase y viese el precio de las cosas, se volvía a morir del susto al instante!”.
Para colmo esta última etapa inflacionista afectó especialmente al aumento en el precio de los alimentos, la energía o las materias primas de primera necesidad, llegando a niveles de inflación históricos, registrando el mayor aumento de los últimos 39 años. No en balde se conoce en el argot económico a la inflación como “el impuesto de los pobres”, ya que son las familias con menos recursos las que destinan un mayor porcentaje de sus ingresos a pagar alimentos, la luz o el transporte. Los precios suben y se puede comprar menos con el mismo dinero, perdiendose poder adquisitivo y capacidad de ahorro.
Cómo se maneja la inflación
La inflación puede tener diferentes orígenes. Los principales son inflación con origen en la demanda e inflación con origen en los costes. El aumento de la demanda por encima de la oferta o producción de productos y servicios de un país o una zona económica, afecta en teoría a los precios. La subida del precio de materias primas como la energía, y la decisión de las empresas de mantener sus beneficios o márgenes se traslada a un incremento de los precios. También existen otros orígenes como cuestiones vinculadas a la moneda de un país, o a decisiones de política fiscal, entre otras.
Y es que no todos sufren con la inflación alta de igual manera. Inicialmente se frotan las manos los gobiernos al aumentar su recaudación a través de los impuestos indirectos, tales como el IVA o el IGIC. También empresas de algunos sectores, principalmente vinculadas a productos de primera necesidad, al mantener los márgenes porcentuales, incrementan sus beneficios, pues evidentemente un 10% de un precio de 20,00 € es más dinerito en valor absoluto que un 10% de 18,00 euros.
Los bancos centrales suelen endurecer su política monetaria incidiendo en las tasas de interés a corto plazo que suben, que a su vez influyen en las tasas a largo plazo y en la actividad económica, pues ese aumento de la tasa de interés encarece el crédito, con la intención de reducir el dinero disponible y bajar la demanda, y por ende los precios, aunque ese mayor coste financiero puede provocar un efecto contrario en parte.
Algunos gobiernos toman medidas con el objetivo de reducir el efecto de la alta inflación en el poder adquisitivo de determinadas familias, poniendo límite de subida en alquileres, bonificando el precio de la gasolina o subiendo el salario mínimo interprofesional. Esta última medida suele provocar lo que se denomina la inflación autoconstruida, pues ese aumento de sueldos lo pueden trasladar las empresas como mayor coste al precio de sus productos y servicios.
Evolución de la inflación
Las personas expertas en la materia, vaticinan que por fin la inflación anual va a estabilizarse, porque se está moviendo en España a niveles de la media de los últimos 25 años, en torno al 2,40%. Y parece que las familias deben estar contentas porque los precios van a seguir subiendo, pero “únicamente lo normal”. Y las asustan con que mejor esto que venga lo que denominan el “monstruo de la deflación”, es decir, bajada de precios, que supuestamente provocaría recesión y desempleo, entre otros males.
Existe un amplio debate sobre las bondades del crecimiento económico. Unos indican que para superar la pobreza y mejorar los niveles de vida, es imprescindible crecer, de manera sostenida e inclusiva. Pero lo cierto es que los datos muestran un crecimiento económico sin total inclusión, al no existir una distribución generalizada de los beneficios y de las oportunidades que se generan, afectando al propio crecimiento esa falta de cohesión social.
Otros muchos piensan que los mercados a través de la competencia y la innovación contribuyen a una asignación eficiente de los recursos. Algunos apuestan por economías mixtas, con el protagonismo de los mercados más la intervención de los Gobiernos, necesarios estos últimos para alcanzar mayor cohesión social y aportar servicios básicos a los que el mercado no atiende.
Otras voces apelan a vivir mejor con menos, ante la alarmante pérdida de biodiversidad y la vergonzosa desigualdad socio-ambiental de nuestro planeta, provocada, según esta línea de pensamiento, principalmente por lo que denominan la “obsesión por el crecimiento basado en medir el Producto Interno Bruto”, proponiendo como alternativa una reducción regular, progresiva y equitativa de la actual producción económica.
La Responsabilidad Social Corporativa
Tal y como he expresado en artículos anteriores, los nuevos retos que nos plantea el mundo en que vivimos requieren de nuevas formas de gestionar, tanto en el ámbito público como privado. Para ello el concepto de Responsabilidad Social Corporativa puede concretarse en una forma de gestión, basada en la relación ética de la actividad económica y profesional con todos con quienes se relaciona, y con su entono en general, estableciendo objetivos compatibles con el desarrollo sostenible e inclusivo de la sociedad y del medio ambiente.
Espero y deseo que dentro de unos años no escuche en la cola de la caja de un supermercado la expresión, “100,00 euros ya no dan para nada”, principalmente para que si a mi Abuela le da por resucitar el susto no sea tan grande..