Un día sí, y otro también, aparece en los informativos alguna noticia relacionada con el mercado eléctrico que nos anuncia una nueva subida de precios o la puesta en marcha de un nuevo paquete de medidas imaginativas por parte del Gobierno para disminuir el consumo.
Vaya por delante que no me considero ningún experto en el tema, así que asisto a los acontecimientos como la mayoría de las personas a las que no nos queda otra, más que recibir la información y sufrir las consecuencias, eso sí, acumulando una preocupación que hoy me gustaría compartir.
En muy poco tiempo la electricidad ha ganado la partida a otras fuentes de energía que, con normalidad, habitaban en nuestras casas, como por ejemplo el gas. Muchos de los jóvenes que nacieron con el nuevo milenio sólo han conocido la vitrocerámica, el horno eléctrico, el lavavajillas, la secadora, el termo eléctrico, estufas, microondas… y un sinfín de pequeños electrodomésticos que se enchufan a la corriente y nos hacen la vida un poco más cómoda. En Canarias, al igual que en otros muchos lugares, hace ya unos cuantos años que la electricidad desterró a la bombona de butano.
Y así fue como vimos desaparecer de nuestras calles los camiones de los repartidores de bombonas de gas y decidimos, sin pensarlo demasiado, que en nuestros hogares solo necesitábamos una única fuente de energía: la electricidad. Aparentemente, el movimiento fue ganador y hoy nadie se plantea dar un paso atrás.
Pero ahora la electricidad tiene otro frente abierto del que también quiere salir vencedora y no es otro que el de la movilidad. Cada día son más los vehículos eléctricos que circulan por nuestras carreteras y los fabricantes se afanan en posicionarse lo mejor posible para ir ganando cuota de mercado.
Y todo ello con el apoyo de Bruselas donde el Parlamento Europeo aprobó hace unos meses la propuesta de la Comisión Europea que pretende prohibir en 2035 la venta, en el territorio comunitario, de vehículos nuevos equipados con cualquier tipo de motor de combustión.
Es en este punto donde las personas que no entendemos demasiado del tema, atamos cabos y empezamos a no comprender a dónde nos llevará todo esto porque, ahora sí, estamos poniendo nuestras vidas en las manos de las compañías eléctricas, para la mayoría de nosotros, unas grandes desconocidas.
La verdad es que todo lo rodea a las eléctricas está envuelto de algo difuso que hace que para el ciudadano de a pie le resulte bastante complicado de entender.
Hace unos años que empezamos a escuchar hablar sobre el mercado libre de la energía. El usuario final no alcanza a comprender muy bien cómo funciona, pero sin darse cuenta también ha terminado formando parte de este circo. Todavía nos seguimos sorprendiendo cuándo en las noticias anuncian que “mañana de 11 a 12 el precio del megavatio alcanzará su máximo pico” sin saber muy bien los motivos o las métricas, pero sufriéndolo en el bolsillo.
Por otro lado, y aunque cada vez menos con menos frecuencia, cada cierto tiempo seguimos padeciendo algún cero energético que nos mantiene unas cuantas horas desconectados del mundo, y es que con la tecnología e instalaciones actuales resulta casi imposible garantizar el suministro 7x24x365.
Y es en este escenario lleno de incertidumbres donde el vehículo eléctrico irrumpe con fuerza y promete hacerse, en menos de lo que nos imaginamos, con el parque móvil de Europa. En la práctica, veremos cómo desaparecerán las gasolineras al igual que desaparecieron los camiones repartidores del gas de nuestras calles y cargaremos los coches, si todo va según lo previsto, en nuestros garajes.
Contado así suena de maravilla pero, ¿seremos capaces de generar la energía eléctrica suficiente, especialmente en Canarias, para abastecer a toda la población y además a nuestro parque móvil? ¿Es viable adaptar los aparcamientos de nuestros edificios para que todas las plazas tengan un cargador que, además, esté conectado con el contador de nuestra vivienda? ¿Podremos asumir los tiempos de carga de las baterías que son, lógicamente, mayores que un repostaje en la gasolinera?
Demasiadas preguntas pendientes de contestar para querer ir tan rápido en un tema en el que nos jugamos mucho. Veamos qué están haciendo otros países para contrastar la eficacia de la estrategia europea. Mientras el viejo continente se centra en la electricidad, Japón apuesta por carburantes limpios. Recientemente Daihatsu, ENEOS, Subaru, Suzuki, Toyota y Toyota Tsusho han puesto en marcha un proyecto para desarrollar bioetanol neutro en carbono a partir de biomasa mediante el uso de CO2, hidrógeno y oxígeno. Japón cree en un futuro “multienergía” y hace una apuesta decidida tanto por el hidrógeno como por los biocarburantes.
¿Se equivocan los japoneses o los europeos? ¿Qué intereses hay detrás de cada una de las dos estrategias? ¿Cómo nos afectarán estos movimientos a los consumidores finales? ¿Es el momento de comprar un coche eléctrico o es mejor apurar los plazos?
Europa ha definido su estrategia marca- da por el lobby de las eléctricas y ha fijado unos plazos muy cortos para unos cambios de gran impacto. Son muchas las incógnitas que aún quedan por resolver y todavía no somos capaces de ver con claridad en qué se traducirá todo esto para el consumidor final. Lo único cierto es que Europa ha apostado todo al rojo, ¿y si nos estamos equivocando?