Seamos honestos, el negocio turístico en Canarias, concretamente el hotelero, es, bien gestionado, un buen negocio.
Me cuesta pensar en sectores con mejores tasas de retorno de la inversión, con rentabilidades superiores. Para colmo, después del fantasmagórico cero turístico que vivimos todos en nuestras carnes (jamás se me olvidará conducir por la milla de oro de Arona, por la mañana de un día soleado, sin ver un sólo ser humano, tipo walking dead), el sector ha sido capaz de recuperarse a una velocidad de vértigo, siendo capaz de repercutir en gran medida a sus precios las grandes subidas de los costes que soportan (energéticos, 28,9%, de suministros, 17,1% y laborales, 8,9%), a la vez que ha visto como la fortaleza de la demanda ha provocado altos índices de ocupación en los establecimientos.
En nuestro país, la recuperación de la economía tiene el nombre de turismo, puesto que el 61% de la recuperación del PIB nacional (datos de Exceltur) viene directamente explicado por el crecimiento de la actividad turística (bastante más de lo que pesa en el conjunto de la economía).
Hay explicaciones para todo, pero una que me resulta apasionante es la espectacular demanda contenida que hay, pues parece que ese tsunami de turismo de venganza del que se hablaba tras la pandemia, ha resultado ser totalmente cierto. Diría que hay paradigmas que han cambiado y quizá, lo han hecho para siempre.
Viajar es hoy una necesidad para una gran parte de la población europea, siendo un capítulo de gasto más que prioritario en la estructura de gastos en las familias.
Sin duda, en estos momentos también ayuda el ahorro embalsado de muchas familias, pero, así todo, yo creo que al igual que los jóvenes de hoy en día han cambiado su forma de entender la dedicación y en los trabajos, muchos de los no tan jóvenes lo hemos hecho en relación a los viajes, tras el sufrimiento vivido y la incertidumbre que se ha instalado en nuestras vidas y mentes tras la pandemia.
Y así, en este contexto, que se celebra FITUR en Madrid y, si me obligaran a resumir en pocas palabras el “sentir” de todo lo que allí pasa, sería el de optimismo contenido, casi que una euforia cauta, porque no se nos está permitido abrirnos de camisa, rompiendo todos los botones, con el pecho henchido y gritar de alegría algo así como “yaaaaaa estaaaaaaá biennnnnnnn…”.
Viajar está de moda, España está de moda y Canarias está de moda. ¿Qué más podemos pedir?.
Pues en realidad un montón de cosas.
Podemos trabajar para que nuestra evolución hacia un destino mucho sostenible sea más sólida y rápida, podemos aspirar que los empleos en el sector turístico recuperen su atractivo, además de mejorar sus retribuciones, podemos conseguir que una mayor parte de los ingresos turísticos queden en nuestras vidas, podemos y debemos presionar para que las tasas al queroseno que se plantean para 2024 no nos complique nuestra competitividad (no olvidemos aquello de que somos islas ultraperiféricas), podemos empeñarnos en diversificar nuestra economía pero aprovechando nuestro liderazgo turístico…
Y es que la situación actual es tan ilusionante como lo son los retos y desafíos que tenemos por delante, para seguir prosperando alrededor de esta bendita industria de la felicidad, pero mejorando a la vez la isla que se nos ha regalado y la vida de los que aquí vivimos. Ahí es nada.
Y debemos ser conscientes que una parte (pequeña creo yo) de nuestros conciudadanos no ven esta realidad; diría que, incluso al contrario, ven un sector depredador, que genera empleo poco cualificado y mal pagado, que atrae demasiados inmigrantes laborales, que presiona nuestros recursos y territorio… y claro, si razona así, termina por demonizarlo.
Es tarea de todos, no sólo de las administraciones, sino de todos los que entendemos que la ecuación es otra, evangelizar con argumentos sólidos de porqué este es el sector que hay que proteger e impulsar, con la misma pasión con la que podemos defender nuestras islas. Créanme que es posible… ¡sigamos bailando!.