Son las 6 de la mañana. Te despiertas y, en automático, consultas el teléfono observando, con aturdimiento, que la bandeja de entrada de tu correo electrónico está repleta de emails del trabajo. Solo pensarlo da escalofríos.
Poco después, suena tu teléfono. Esta vez es un compañero por WhatsApp “¿No recibiste aquel mensaje que envié anoche? ¿No estabas conectado?”, te reclama. ¡Deberías estar siempre online!, le faltó añadir.
Estas situaciones que a todos/as nos resultan familiares son cada vez más comunes y las tenemos más normalizadas. Si, además, vienen acompañadas de una sensación de ansiedad casi palpable es muy probable que estemos superados por el “tecnoestrés”, término utilizado por primera vez en 1984, por el psiquiatra norteamericano, Craig Brod, y, posteriormente, en 1997 por Michelle Weil y Larry Rosen, en su libro homónimo. Y mientras Brod, lo definió como una enfermedad de adaptación causada por la falta de habilidad para tratar con la tecnología de manera saludable, los segundos explicaron cómo el uso continuado de la tecnología puede tener efectos psicológicos, como la adicción.
En este contexto, ya no hablamos de estresores sino de – atención –“tecno”estresores, los cuales están asociados a even- tos, hechos, creencias y demandas laborales relacionados con la tecnología, siendo percibido todo ello de forma peyorativa por empleados/as y directivos/as.
En España, desde 2018, cuando el 51% de las personas trabajadoras en España admitía contestar llamadas o correos electrónicos en su tiempo libre, se puso en marcha la Ley Orgánica de Protección de Datos Personales y garantía de los derechos digitales, cuyo artículo 88 fijaba que los empleados tienen el derecho a no recibir comunicaciones relacionadas con su trabajo fuera de su horario laboral -de hecho, obliga a las empresas a desarrollar un protocolo de desconexión digital-.
Y en 2021, en el contexto de la expansión del teletrabajo, el Ejecutivo profundizó un poco más en este derecho a través del artículo 18 de la ley 19/2021 de trabajo a distancia. No obstante, la realidad es que, a pesar de la regulación, que establece que las personas no están obligadas a contestar WhatsApp, emails o llamadas más allá de su jornada de trabajo, el porcentaje de personas empleadas que aseguran no poder desconectar digitalmente no ha dejado de crecer en los últimos tres años.
De hecho, el informe de Desconexión Digital de Infojobs indica que, actualmente, el 75% de las personas en situación de empleo de nuestro país, responde llamadas o emails fuera del horario laboral, mientras que antes de la que estallara la crisis sanitaria -concretamente febrero de 2020- este mismo porcentaje era del 63%.
Pero lo curioso es lo siguiente: según estos estudios 1 de cada 2 personas trabajadoras señala que no desconecta porque se siente en la obligación de responder, el 38% afirma que su puesto de trabajo así lo requiere y el 24% alega que son los asuntos pendientes los que no les permiten desconectar. A sumar, el 74% contesta también llamadas o correos durante las vacaciones o fines de semana. Bisbal diría que “son los máquinas”…permítanme la broma por quitar algo de hierro al asunto, porque, lo cierto es que, esta tendencia a la ‘supradisponibilidad’ se está convirtiendo en un problema social.
A la luz de estas cifras, podríamos de- ducir que, a más horas de conexión, mayor productividad, pero lo cierto es que no es una regla que se cumpla, salvo excepciones, claro está. Esto, al menos, es lo que dice Microsoft.
Según un informe publicado por el gi- gante tecnológico, basado en una encuesta a 20.000 personas trabajadoras en más de 20 países europeos, la tecnología distrae a los/as empleados/as en lugar de aumentar su productividad. Solamente el 21% de las personas encuestadas dijo sentirse “muy productiva”. Algunas aseguraron que la cantidad de correos electrónicos, mensajes y notificaciones les abruma y les impide concentrarse y, otras señalaron que la tecnología que usa su empresa les supone un obstáculo para ser más eficientes.
Parece entonces que la disponibilidad de tecnología a nuestro alcance, no se traduce necesariamente en impacto, no al menos vinculado a la productividad, aunque sí que lo estaría con la merma en la salud mental que se produce como consecuencia del estrés tecnológico.
Según la Lancaster University, existen cinco condiciones a las que los usuarios de tecnología pueden estar sometidos determinando un nivel de tecnoestrés en el trabajo:
• Tecno-sobrecarga: Hace alusión a la percepción que debido al uso de tecnología se está trabajando más horas, más rápido y aumentan las demandas de trabajo.
• Tecno-invasión: Se vincula a la percepción que manifiestan las personas de que la tecnología invade su vida personal, estando siempre en línea y conectados a la red.
• Tecno-complejidad: Se refiere a la percepción de sentirse incompetente, en un entorno tecnológico muy complejo; perciben que su conocimiento no es adecuado para realizar las tareas y, por tanto, se ven obligados a invertir más tiempo en el aprendizaje tecnológico.
• Tecno-inseguridad: Se enlaza con el temor a perder el trabajo por alguien que está mejor capacitado en el uso de la tecnología o por ser reemplazado por nuevos procedimientos basados en tecnología.
• Tecno-incertidumbre: Se conecta a la sensación que provoca en las personas los constantes cambios y actualizaciones tecnológicas permanentes, por lo cual se sienten obligados a actualizar sus conocimientos de forma permanente.
Para las personas, se impone sin duda, un cambio de mentalidad necesario en la nueva era. Para las empresas será necesario abordar la implantación de una cultura digital robusta. De hecho, el informe de Microsoft determinó que, en las empresas en las que la cultura digital es fuerte, en torno, al 22% de las personas se sienten más productivas.
Y es que, en las empresas, los cambios tecnológicos pueden orientarse a la tecnología en sí misma y las posibilidades que ella ofrece, o a las personas que la deben utilizar. La realidad indica que este aspecto tiende a estar descuidado, es decir que se suelen tener poco en cuenta las capacidades de aprendizaje, adaptación y motivación de las personas usuarias por obligación de las nuevas tecnologías con la consiguiente frustración y estrés que se genera.
En lo que atañe a nosotras, como personas, debemos entender que los aspectos mentales son más lentos de modificar, pero que podemos aprender a cambiar la manera de entender cada estímulo. Para ello es fundamental que veamos las ventajas reales del cambio tecnológico para así poder participar en su mejor instrumentación, para convivir con las nuevas tecnologías de una manera saludable.
Porque la situación es inequívoca. Vivimos en la era de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y debemos adaptarnos a ello, siendo conscientes de todas las ventajas que ha supuesto la revolución tecnológica para la sociedad, pero sin olvidar que la utilización inadecuada también puede provocar ciertos riesgos psicosociales para las personas.
Nadie es imprescindible. Repito. Nadie es imprescindible. Porque, si bien es cierto que, todas las personas somos únicas y aportamos valores y talentos únicos, no por ello, debemos interiorizar que somos necesarios/ as para resolverlo todo. Esto, lejos de ayudarnos a sentirnos mejor, nos angustia sobremanera, inmersos/as en un círculo vicioso que no tiene fin.
Dejar de lado el complejo de ”dueño/a de la fábrica”, nos hará sentir mejor con nosotros/as mismos/as y con quiénes nos rodean. Además, nos permitirá contar con más energía para hacer frente a las demandas derivadas de nuestro trabajo y vinculadas a la tecnología. No lo olviden… todo, todo, menos una cosa, tiene solución. Lo demás, a su debido tiempo y en la prioridad que le corresponda.