En estos tiempos de ciudadanía canaria reivindicando una serie de cuestiones de diferente origen y con distintos tipos de solución, hay dos respuestas mayoritarias ante estas: adherirse a ellas sin sombra alguna de duda o bien adherirse a ellas con matices, esgrimiendo algún “pero” a estas reivindicaciones de forma muy tibia. Esta misma ciudadanía tenemos claro que viendo las colas en nuestras autopistas, conociendo la falta de vivienda en alquiler y lo poco que hay fuera del alquiler vacacional con unos precios inasumibles para la mayoría de la población, es normal que se alce la voz y se reclamen soluciones ante la penosa movilidad en algunas de nuestras carreteras y autopistas y también ante la posibilidad de acceder a una vivienda, o de la saturación de algunos servicios, pero que de estas legítimas reivindicaciones se extraiga que el culpable es el turismo y que este es el causante de esta situación me parece que es errar el tiro.
Pero vamos a centrarnos y hablar de la parte del tema que principalmente a nosotros nos ocupa e interesa, que es la derivada económica de la cuestión, ya que personalmente me preocupa mucho cuando escucho como un mantra y lugar común el concepto “cambio de modelo” una y otra vez, aprovechando el descontento sobre otras variables que tienen una solución que pasa más por la inversión y ampliación de infraestructuras y servicios, o en poner límites al número de personas que pueden residir de manera permanente en el archipiélago, que en el de disminuir o contraer la riqueza proveniente del sector turístico a sabiendas y con premeditación.
Las personas que reclaman un cambio de modelo de manera insistente muchas veces suelen tener los mismos conocimientos sobre economía y empresa que otros tenemos sobre derecho canónico, es decir, cero. Habiendo representantes que equivocando el origen de este descontento social concreto, se han quejado de los salarios del personal del sector turístico primero, o aseverando más tarde que “hay turistas por todos lados”…y digo yo, pues menos mal que los hay y esperamos ansiosamente que sigan viniendo en amplio número.
Pero todo no han sido salidas al paso para esquivar preguntas incómodas y se han podido escuchar por contra a responsables de los agentes sociales preguntar abierta – y a mi entender acertadamente – si los que piden ese cambio de modelo creen que el actual se ha generado por capricho, o si bien, es producto de unas características muy concretas de nuestro archipiélago en medio de una coyuntura histórica y económica determinada, porque imagino que todos sabemos nuestra posición geográfica en relación al territorio continental europeo, y que tenemos que importar gran parte de los bienes necesarios que consumimos en Canarias, con unos costes por transporte que incrementan los precios, que si bien no notamos porque nunca hacemos una compra en un supermercado de Granada o Pamplona, no tenemos más que ir a un supermercado de Lanzarote o de La Gomera y comparar los precios de los productos que compremos con los de cualquiera de las islas capitalinas, estando la respuesta del mayor precio en gran medida en el mayor coste de transporte y almacenamiento imputados a las islas no capitalinas versus las que si lo son.
Pues imaginen ustedes ese proceso pero en sentido inverso, de Canarias hacia el exterior, porque si pretendemos cambiar el modelo económico y hacernos productores de bienes con una reducción del sector servicios (sobre todo turísticos), deberemos competir asumiendo un aumento de costes por el transporte, que hará que los productos fabricados en nuestras industrias sean de difícil colocación en territorio continental, y ya sabemos que para responder a esto, siempre tenemos la respuesta simplona y populista de: “fabriquemos y vendámonos a nosotros mismos” de forma que no tengamos dependencia alguna del exterior, en una suerte de nacionalismo económico extremo que choca frontalmente con un mundo globalizado y con la economía de mercado que caracteriza a los países libres del mundo, obviando también cuestiones fundamentales como que para la fabricación de muchos productos hacen falta factores productivos de los que carecemos en nuestra tierra y que habría que importar, aumentando aún más los costes y precios posteriores de los productos al tener que asumir el transporte y almacenamiento de entrada y el de salida posterior de los bienes que pretendamos vender dentro y fuera de nuestra tierra.
Todo ello sumado al formar parte de la Unión Europea (y menos mal que somos UE), la estela y dinámicas dejadas en todo nuestro país por el desarrollismo franquista, que aprovechó la construcción y el turismo como motores económicos nacionales, focalizando y dejando la industria en los territorios “revoltosos” de Cataluña y el País Vasco para tener a sus burguesías contentas y frenar así posibles tensiones “autonomistas” con estas, o nuestras privilegiadas características paisajísticas y climáticas, entre otros factores, hacen que nos hayamos especializado en Canarias y con mucho éxito, en el sector turístico y que seamos un referente mundial.
Habiendo siempre margen para la mejora de nuestro sector, otra cosa es que haya que aumentar la calidad de infraestructuras y servicios, poner límite – estudiando previamente y buscando la forma de encajarlo en la legislación nacional y europea – a la población que pueda residir de manera permanente en Canarias y siempre que esto siguiera en ascenso constante, proteger más algunos espacios y la afluencia de público a los mismos o poner orden de una vez por todas en el mercado de la vivienda, para que con todo ello la calidad de vida en general en nuestro archipiélago mejore y con ello el bienestar social.
Para otro artículo dan las comparativas con Ámsterdam o Barcelona, pasando por alto que son destinos urbanos y con estructuras sociales, geográficas y económicas muy diferentes a las nuestras, o si estaríamos dispuestos a crear las condiciones para que se desarrolle en Canarias un gran centro tecnológico de servicios digitales (como ya se ha hecho por ejemplo en Málaga), con todo ello y lo único que se pide es que el debate se aborde con rigor, datos y seriedad ya que con las cosas del comer mejor no jugar.