18/07/2025

Wild AI West: Aprendiendo de Toro Sentado
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Carlos Andrés Navarro Martínez. Explorador y Neo- colono digital

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Un año, por Reyes, mis padres me regalaron el fuerte de Playmobil, con vaqueros, bandidos e indios incluidos. Lo monté en el suelo del salón como quien traza el mapa de un mundo. Había tiroteos, duelos en la cantina, un sheriff que no siempre era justo, y los siux… siempre en la esquina del tapete. Todo cabía en una alfombra. Entonces era un juego; luego comprendí que esa épica del oeste era tan solo el relato del vencedor.

Parece aún esté vigente el Destino Manifiesto, esa doctrina que en el siglo XIX legitimó la expansión territorial de Estados Unidos bajo la idea de que era su misión inevitable, casi sagrada, civilizar el Oeste. Fue la excusa perfecta para desplazar pueblos indígenas, ocupar tierras ajenas y transformar recursos comunes en propiedad privada. Esa misma lógica es sigue aún presente, aunque ya no avanzemos con carretas ni rifles, sino con APIs, datos y modelos fundacionales.

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Las grandes tecnológicas, como los barones del ferrocarril del siglo XIX, marcan el ritmo, trazan rutas propias y se adelantan a cualquier intento de resistencia. Sustituyen vías por fibra óptica, locomotoras por nubes de cómputo y colonos por emprendedores que compiten por migajas. Y como en toda fiebre del oro, los verdaderos ganadores no son los que excavan: son los que venden las palas. Hoy, esos son los proveedores de chips, nubes, licencias y plataformas. Los recursos —datos, infraestructura, visibilidad— están concentrados en manos de unos pocos que ya no compiten, sino que administran.

Toro Sentado lo entendió antes que nadie. La frontera no era solo geográfica, era existencial: significaba desaparecer o adaptarse a un sistema ajeno. Hoy, millones de personas podrían quedar atrás por la brecha tecnológica, mientras una narrativa oficial insiste en que esta revolución tecnológica es inevitable y claramente beneficiosa, y como no, ensalzada por los tecno-oligarcas de esta película, que no están tan lejos de ser una suerte de Buffalo Bill, personajes a medio camino entre pioneros y showmen, entre profetas del futuro y empresarios que privatizan el cielo y la tierra. En el horizonte amaneciendo, un duelo al sol en la calle principal del pueblo, una batalla por hacerse con esta superarma entre las distintas potencias mundiales.

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Para EE. UU., la «frontera» siempre ha sido algo más que un límite físico: es un símbolo de oportunidad, de superación personal, de libertad… pero también de conquista, saqueo y exclusión. Trump con sus aranceles arbitriarios, decidiendo quién puede —o no— acceder a sus chips de última generación, doblando la mano de otros paises a con amenazas, suma y sigue…

Tampoco en aquella época todos venían de Missouri. Durante la fiebre del oro, miles de chinos y japoneses cruzaron medio mundo buscando su oportunidad. Trabajaron en condiciones extremas y algunos lograron forjar los verdaderos imperios del mundo. Ya esta civilización ha demostrado mas de 3.500 años que no es buena idea subestimarlos haciendo las cosas.

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En los western, los héroes suelen ser antiheroes, movidos por el dinero o la justicia personal, y con habilidades sobrehumanas con las armas, en nuestra personal película, compañías como Meta o DeepSeek, liberan modelos de inteligencia artificial ‘abiertos’ y ofrecen herramientas aparentemente públicas, pero mantienen licencias restrictivas y dependencia estructural, tal como hiciera Abraham Lincoln al regalar tierras a los colonos para poblar el Oeste.

No faltan los nuevos sheriffs, los mandatarios políticos, aunque a menudo, lejos de proteger al débil, acaban al servicio del latifundista digital. La regulación real podría llegar tarde, cuando las reglas ya estén escritas por quienes dominan el tablero.

Este Wild IA West no parte de cero: pisa sobre sistemas humanos que aún no hemos decidido proteger. Y sí, hay forajidos: promesas milagrosas, humo envuelto en marketing, algoritmos que disparan antes de preguntar. Lo que está claro es que vamos escasos de heroes.

Quedan, como siempre, quienes no encuentran oro. Los que se instalan en los márgenes, trabajan con pocos medios y mucho propósito. Los que cultivan tierra donde otros solo ven desierto. Es ahí, creo yo, donde podría construirse otra historia.

No se trata de frenar el progreso, sino de decidir quién lo escribe, a quién sirve y cuánto estamos dispuestos a entregar a cambio. Porque si no lo hacemos, puede que cuando miremos atrás no veamos el futuro… sino otra conquista más, contada por los que siempre cabalgan primero.

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