Resulta difícil hablar de la actualidad sin que el foco recaiga, de un modo u otro, sobre la guerra. En los últimos días, la atención internacional se ha concentrado en Israel y Palestina, sin perder de vista el conflicto que desde hace más de un año enfrenta a Ucrania y Rusia. Nuestros informativos abren y cierran con imágenes de la violencia y sus consecuencias, y con razón. No obstante, mientras el mundo observa con preocupación estas crisis, en nuestro entorno más cercano la vida continúa y los retos locales reclaman también nuestra atención.
En el ámbito de nuestra Comunidad Autónoma, la coyuntura económica general presenta datos positivos. Los principales indicadores apuntan a un crecimiento sostenido, lo que en principio constituye una buena noticia. Sin embargo, no todos los sectores se benefician de igual manera. El sector primario —que engloba la agricultura, la ganadería y la pesca— atraviesa una situación delicada: no solo le cuesta crecer, sino que en muchos casos lucha por garantizar su propia supervivencia.
Las cifras del segundo trimestre son reveladoras. Mientras el PIB de Canarias registró un incremento interanual del 3,6%, el sector primario fue el único en experimentar un retroceso, con una caída del 0,9%. Se trata, además, de un sector cuyo peso en la economía regional ya es reducido: su aportación al PIB no alcanza el 2%. Son datos que generan preocupación, máxime en un territorio que necesita avanzar hacia mayores niveles de autoabastecimiento y seguridad alimentaria.
Las causas de esta fragilidad son bien conocidas. Los elevados costes de producción, la escasa rentabilidad y la complejidad burocrática constituyen frenos evidentes para el desarrollo del sector. Pero, por encima de todo, hay un desafío estructural que amenaza su continuidad: la ausencia de relevo generacional. Cada vez son menos los jóvenes que se incorporan al campo o a las pequeñas explotaciones ganaderas, lo que compromete seriamente el futuro de estas actividades.
La explicación es clara: el sector primario no resulta atractivo para las nuevas generaciones porque no se percibe como una opción viable ni rentable. Ante este panorama, resulta imprescindible abrir un debate serio sobre cómo revitalizar el sector primario y hacerlo atractivo para las nuevas generaciones. Ello pasa, en primer lugar, por garantizar una mayor rentabilidad a quienes se dedican a la agricultura, la ganadería y la pesca, lo cual exige políticas públicas valientes para generar una actividad de la que poder vivir, y no sobrevivir.
Si los jóvenes no ven en estas actividades una opción atractiva de futuro, no se incorporarán. Asimismo, se requiere una apuesta firme por la innovación y la modernización. La incorporación de nuevas tecnologías, la formación especializada y la promoción de modelos de producción sostenibles podrían no solo mejorar la competitividad, sino también ofrecer un horizonte más atractivo para los jóvenes.
Pero, más allá de las medidas técnicas y económicas, hay una cuestión cultural que no debe subestimarse: la necesidad de revalorizar socialmente el papel del sector primario. El campo, el mar y la ganadería no son únicamente actividades económicas; son parte esencial de nuestra identidad y de nuestra soberanía alimentaria. Reconocerlo y transmitirlo es también un deber colectivo.