05/06/2025

El Cambullonero: Historia, Cultura y Picardía en los Puertos Canarios
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Juan Carlos Cabrera Labory. CEO de Labory Auditores y Consultores

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Cuando apenas era un niño, mi padre, Juan Carlos Cabrera Padrón, nos contaba sus vivencias del Puerto de Santa Cruz acompañando a mi abuelo, Cristóbal Cabrera, y siempre me sorprendió la historia de los cambulloneros.

Se trata de una parte fundamental la historia social y económica de Canarias; pocas figuras reflejan con tanta viveza la identidad popular y el ingenio mercantil como la del cambullonero. Surgida en el entorno portuario a finales del siglo XIX, esta figura singular representa una tradición de comercio informal que se desarrolló al amparo del régimen de puerto franco, especialmente en enclaves como La Luz, en Las Palmas de Gran Canaria, y en Santa Cruz de Tenerife. Más allá de su función económica, el cambullonero se erigió en un símbolo de resiliencia, astucia y creatividad, en un contexto marcado por restricciones y necesidades materiales básicas.

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El término “cambullón” parece tener raíces en la expresión inglesa “come buy on” o “can buy on”, utilizada por los marineros británicos para invitar a comerciar directamente a bordo de los barcos. Este anglicismo, adaptado al habla popular, dio nombre a una actividad que combinaba el trueque con la compraventa directa, y que floreció gracias a la constante afluencia de embarcaciones internacionales en los puertos canarios. En un entorno globalizado por el tránsito marítimo, el cambullonero actuaba como un eslabón clave entre las tripulaciones extranjeras y la economía insular.

Durante la posguerra, cuando España enfrentaba escasez de productos básicos debido a las limitaciones del régimen autárquico, los cambulloneros jugaron un papel determinante en el abastecimiento de bienes que no se conseguían por vías formales. A través de contactos en buques mercantes –especialmente provenientes de América Latina y de naciones anglosajonas– introdujeron en el mercado local desde medicamentos como la penicilina hasta tejidos, electrodomésticos y alimentos en conserva. Este comercio paralelo, aunque informal, tuvo un impacto económico significativo y respondió a una demanda social insatisfecha por los canales oficiales.

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Organizativamente, el cambullón no era una actividad caótica, sino que contaba con una estructura propia. Existía una jerarquía tácita en la que los chicobotes –jóvenes encargados de transportar mercancía en pequeñas barcas– desempeñaban funciones auxiliares. Los bombistas, por su parte, eran cambulloneros de mayor rango, autorizados por los capitanes de los barcos para acceder a las bodegas y negociar directamente con la tripulación. Esta división del trabajo no solo optimizaba las operaciones, sino que garantizaba un cierto orden en un entorno de alta competencia y escaso margen de error.

La idiosincrasia del cambullonero también quedó plasmada en anécdotas y expresiones que han perdurado en el imaginario colectivo. Una de las más conocidas narra cómo uno de estos comerciantes vendió a un marinero británico un canario con una pata visiblemente dañada. Al ser confrontado por el comprador, el vendedor replicó con desparpajo: “¿Y usté pa’ qué lo quiere, pa’ cantar o pa’ bailar?” Esta frase, repetida en canciones y conversaciones populares, ilustra el talante humorístico, la capacidad de improvisación y la elocuencia característica del gremio.

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A medida que avanzó el siglo XX, y especialmente tras la supresión del régimen de puerto franco en 1976, la figura del cambullonero fue perdiendo relevancia económica. No obstante, su legado pervive como elemento de identidad cultural. El cambullón ha sido objeto de estudios etnográficos, obras de teatro, y composiciones musicales como la célebre “Isa del Cambullonero”, de Néstor Álamo, que lo retrata como un héroe popular en la encrucijada entre la necesidad y la inventiva.

Hoy, el cambullonero representa una memoria viva de las economías informales que surgieron como respuesta a contextos de escasez y a la vez, como manifestación del dinamismo cultural de Canarias. Su historia, enriquecida por la oralidad y por la experiencia directa de generaciones de isleños, constituye un testimonio invaluable de cómo la sociedad civil puede desarrollar mecanismos alternativos de supervivencia económica con inteligencia, humor y dignidad.

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