09/05/2025

El futuro de Canarias empieza en los barrios
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Agoney Melián. Presidente de AJE Canarias

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Decimos que queremos un futuro mejor para Canarias. Decimos que queremos una economía más fuerte, más competitiva, más conectada al talento. Sin embargo, hay algo que, una y otra vez, pasamos por alto: los barrios.

Los barrios no son solo calles y casas. Son viveros de talento, de resiliencia, de creatividad no domesticada. Son, aunque no lo queramos ver, el gran activo invisible de nuestro desarrollo económico.

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Mientras invertimos millones en innovación, en programas de captación de talento, en polígonos industriales y en eventos internacionales, seguimos olvidando que el potencial más grande está creciendo, ahora mismo, en esos centros educativos de las zonas más humildes. Y si no hacemos algo, no solo estaremos cometiendo una injusticia: estaremos perdiendo la mejor inversión de nuestras vidas.

Talento donde nadie mira.

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Hace unos meses visité el centro Ramón Menéndez Pidal, en Las Palmas de Gran Canaria. En sus aulas encontré rostros atentos, inteligentes y curiosos. Escuché preguntas que no he oído en foros empresariales. Vi hambre de saber, ganas de hacer, sueños tan grandes que casi no cabían en el aula.

Y pensé: ¿dónde estamos poniendo nuestra atención? ¿En el talento de élite, que ya tiene todas las oportunidades abiertas? ¿O en el talento silencioso que solo necesita una mano para florecer?

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Canarias tiene una riqueza brutal en sus barrios. Un capital humano que crece a pesar de todo: a pesar de los entornos difíciles, de las carencias económicas y de las etiquetas sociales que condenan antes de escuchar.

Ese talento no necesita lástima. Necesita inversión. Inversión en educación de calidad, en formación adaptada a la nueva economía, en mentorías, en acompañamiento, en visibilidad. Inversión emocional y real: la de creer de verdad que pueden llegar tan lejos como quieran.

La brecha que nos cuesta millones.

El abandono escolar temprano en Canarias sigue estando por encima de la media nacional. La tasa de desempleo juvenil en barrios vulnerables es dramática. La movilidad social está prácticamente congelada: quien nace en un entorno de desventaja, casi siempre permanece en él.

Cada punto porcentual que podríamos mejorar en estos indicadores supondría millones de euros de crecimiento económico a futuro. Cada joven que no logra desplegar su potencial es una inversión perdida. Cada oportunidad que no llega a tiempo representa una fractura más en nuestro tejido social y económico.

Queremos hablar de diversificación económica, de retener talento, de apostar por la innovación. Pero, ¿cómo vamos a lograrlo si dejamos atrás al 40 % de nuestra juventud?

No hay economía fuerte si su juventud está rota.

Una apuesta urgente y estratégica.

Trabajar en serio con los barrios no es caridad ni un gesto simbólico. Es una estrategia económica inteligente.

Necesitamos entender que cada euro invertido en la juventud de los barrios es un euro que mañana se multiplica en innovación, en nuevas empresas, en consumo, en impuestos y en estabilidad social. El verdadero efecto multiplicador está allí.

Los informes económicos más prestigiosos lo señalan: la educación de calidad y el acceso a oportunidades son los factores más rentables a largo plazo para cualquier economía. No hay infraestructuras, ni parques tecnológicos, ni congresos internacionales que generen un impacto comparable al que puede tener liberar el talento atrapado en los márgenes. Y, sin embargo, seguimos sin apostar fuerte. Pequeños proyectos, pequeñas ayudas, buenas intenciones, pero poca estrategia. Mientras tanto, seguimos dejando escapar generaciones enteras.

La ilusión como motor de desarrollo.

En mi visita al Ramón Menéndez Pidal entendí algo más profundo todavía: no basta con recursos. Hace falta ilusión.

Hace falta que, cuando un joven mire su futuro, no vea un muro, sino un mapa lleno de posibilidades. Que sienta que merece luchar, porque luchar tiene sentido.

En términos económicos, la ilusión no se mide fácilmente. Pero en términos reales, es el principio de toda transformación. La ilusión hace que un joven estudie en lugar de abandonar. Hace que un emprendedor levante su negocio en medio de la adversidad. Hace que una comunidad entera se mueva, invierta, innove y construya.

Cuando un barrio pierde la ilusión, no solo pierde su juventud. Pierde su economía futura.

¿Y ahora qué?

La gran pregunta no es si podemos hacer algo. Es si queremos.

Podríamos diseñar programas de becas específicas para jóvenes de barrios vulnerables. Podríamos crear incubadoras de empresas juveniles en esos mismos barrios. Podríamos llevar mentorías reales —de empresarios, científicos, creativos— directamente a las aulas. Podríamos dar visibilidad mediática a historias de éxito que nacen donde menos se espera.

Pero, sobre todo, podríamos dejar de mirar los barrios como problemas y empezar a verlos como oportunidades de oro. Podríamos hacer que ser de barrio fuera un sello de resiliencia, de innovación, de liderazgo social. Podríamos cambiar el relato. Y cambiar el relato cambiaría todo.

El futuro de Canarias empieza en los barrios.

Cuando camino por un barrio humilde, no veo pobreza. Veo promesas no cumplidas, sueños por construir, proyectos esperando su oportunidad.

La economía de Canarias no se salvará con discursos, ni con congresos, ni con titulares. Se salvará con acciones pequeñas y constantes, con decisiones valientes, con inversiones humanas y económicas allí donde hoy parece más difícil.

Porque el futuro no se siembra en los escaparates; se siembra en las grietas, en los márgenes, en los lugares donde todavía hay más sueños que certezas.

El futuro de Canarias empieza en los barrios.

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