Hay momentos en la vida en los que uno tiene que tomar una decisión profunda sobre su propia voz. No hablo de un cambio de opinión pasajero ni de una estrategia de comunicación, sino de esa decisión íntima y definitiva que marca el rumbo de una etapa. Hace unos días, en medio de una conversación honesta, alguien me dijo: “deberías dejar de ser reivindicativo y limitarte a hablar de lo que sabes”. Y esa frase, lejos de reducirme, me reveló una verdad que estaba esperando nacer: hablar de lo que uno sabe no es una limitación; es un acto de responsabilidad y de legitimidad. Porque cuando uno ha tocado la realidad con sus propias manos, cuando ha formado equipos, cuando ha visto caer empresas y levantarse otras, cuando ha trabajado con administraciones públicas, cuando ha vivido la fragilidad de tener que pagar nóminas y la emoción de ver crecer a un aprendiz… entonces hablar de lo que uno sabe no es una opción, es una obligación moral.
Yo sé hablar de empresa, porque vivo en la empresa. Sé hablar de formación, porque llevo años formando a miles de personas que no necesitaban más teoría, sino herramientas para enfrentarse a la conversación incómoda, al cliente exigente, al liderazgo que se construye en silencio. Sé hablar de mandos intermedios, porque me he sentado con ellos en salas sin micrófonos ni protocolo, donde me han confesado el peso de tener que sostener equipos desmotivados, departamentos tensionados y culturas confusas. Sé hablar de contratación local, porque he visto cómo una empresa canaria, cuando se le da una oportunidad real y se le exige con rigor, responde con una implicación que no se compra en licitaciones internacionales. Sé hablar de la relación público-privada porque la he vivido desde ambos lados: desde el del emprendedor que toca puertas buscando una visión, y desde el de las instituciones que intentan, a veces sin los instrumentos adecuados, generar impacto real.
Y sí, sé hablar de Canarias. No como concepto romántico ni como bandera de batalla, sino como realidad económica viva. Canarias no es un decorado; es un ecosistema empresarial complejo que necesita voz propia. No una voz que se queje, sino una voz que proponga. No una voz que repita diagnósticos, sino una voz que hable en primera persona del singular y del plural: lo que yo he visto, lo que nosotros hemos construido, lo que podemos mejorar.
Hablar de lo que uno sabe es, precisamente, lo contrario a encerrarse. Es abrir un territorio de conversación pública desde la experiencia real, sin pretender abarcarlo todo, pero con la legitimidad de haber estado dentro de aquello de lo que se habla. Por eso he decidido dedicar esta nueva etapa no a hablar más fuerte, sino a hablar más claro.
La formación: el músculo invisible que sostiene la economía.
Si hay un lugar donde he visto transformaciones reales, no ideológicas, es en la formación. Pero no hablo de la formación como trámite, esa que llena salas y vacías expectativas. Hablo de la formación que se diseña desde dentro del negocio, que se alinea con objetivos reales, que convierte a un recepcionista en embajador de marca, que transforma a un encargado de almacén en líder de equipo, que enseña a un jefe de departamento a comunicar con claridad. Esa formación no es un complemento: es la herramienta estratégica que separa a las empresas que sobreviven de las que lideran.
He visto directivos que se resistían a formar a sus mandos intermedios porque “ya deberían saberlo”. Y he visto cómo, meses después, esos mismos directivos descubrían que el problema no estaba en el mercado ni en los clientes, sino en la forma de comunicar, de delegar, de liderar. La formación, cuando está bien hecha, no enseña algo nuevo, sino que ordena lo que ya sabemos y nos obliga a ejecutarlo con disciplina. Canarias necesita cultura de formación continua, no como gasto bonificable, sino como inversión estratégica.
Los mandos intermedios: los verdaderos guardianes de la cultura.
En cualquier empresa, los directores marcan el rumbo, pero son los mandos intermedios quienes sostienen el día a día. Son ellos quienes apagan los incendios, quienes motivan o hunden a sus equipos, quienes deciden si un cliente recibe un “buenos días” o una mirada neutra. Si hay una frontera entre el éxito y el desgaste, está en ellos. Y, sin embargo, se les ha dejado demasiado tiempo en tierra de nadie: con responsabilidad sin autoridad, con tareas sin formación, con exigencia sin acompañamiento.
Yo he trabajado con mandos que sienten que su función es pedir, cuando en realidad su rol es coordinar, inspirar y corregir con justicia. El mando intermedio no es un transmisor de órdenes: es el corazón operativo de la empresa. Y si ese corazón no late con claridad, el cuerpo entero se fatiga. Hablar de lo que uno sabe también es decir esta verdad incómoda: muchas empresas no tienen un problema de estrategia, tienen un problema de mandos que no han sido preparados para liderar.
Contratar en Canarias: una decisión económica, no sentimental.
Hay quien cree que defender la contratación local es una bandera de identidad. Para mí, es una decisión de competitividad y de sostenibilidad. Cuando una empresa canaria contrata a otra empresa canaria, no está “haciendo patria”; está activando valor en su propio entorno. Esa contratación significa respuestas más rápidas, flexibilidad, conocimiento del terreno, compromiso emocional con el resultado. Significa que el dinero circula dentro del sistema y no se va en forma de dividendos a territorios que no reinvierten aquí.
Pero decir esto no implica complacencia. Yo no defiendo contratar local por proximidad, sino por resultado. Defiendo contratar aquí si lo hacemos con los mismos estándares de exigencia que a cualquier proveedor internacional. Defender la empresa canaria implica exigirle excelencia, plazos, innovación, compromiso y ética. Porque el orgullo de un territorio no se construye con favores, sino con mérito.
El ecosistema público-privado: el verdadero termómetro de una sociedad madura.
Canarias necesita algo más que subvenciones o discursos: necesita un ecosistema vivo, donde instituciones y empresas trabajen con un propósito común. No se trata de pedir más ayudas, sino de construir más alianzas. Las administraciones no deben ser vistas como obstáculos, sino como plataformas. Y las empresas no pueden vivir solo del mercado, sino también de la colaboración estratégica, de los proyectos transformadores, de los retos compartidos.
He vivido procesos donde lo público y lo privado se miraban con desconfianza. Y he vivido otros, mucho más inspiradores, donde se reconocían como aliados. Cuando una institución trabaja con una empresa de aquí que entiende el territorio, el proyecto no solo se ejecuta: se queda. Deja huella. Forma personas. Crea tejido.
Hablar de lo que uno sabe no es limitarse: es asumir un compromiso.
Yo sé hablar de personas. Porque he trabajado con ellas, he sido formado por ellas y he aprendido que, al final, cualquier proceso empresarial, público o privado, se resume en una mirada: la de quien decide si hoy va a hacer su trabajo con excelencia o con resignación. Sé hablar de equipos que han pasado del desgaste crónico a la ilusión coordinada. Sé hablar de empresas que estaban a punto de rendirse y hoy están contratando. Sé hablar de administraciones que se han cansado del diagnóstico y han empezado a ejecutar.
Y, sobre todo, sé hablar de Canarias desde el lugar más poderoso que existe: desde dentro. Desde la sala de reuniones, desde el aula, desde el hotel, desde la cafetería donde se cocinan los proyectos reales. No hablo de lo que imagino. Hablo de lo que vivo.
Esta nueva etapa no es para reclamar espacio: es para ejercerlo con legitimidad.
Podría escoger el camino del silencio cómodo. Pero no sería honesto. Porque cuando uno sabe, tiene el deber de compartir. No para imponer, sino para contribuir. No para generar polémica, sino para generar criterio. No para ganar notoriedad, sino para ganar conversación de calidad.
Hablar de lo que uno sabe es reivindicar el valor de la experiencia frente a la opinión vacía. Es decir: puedo hablar de formación porque la he hecho funcionar; puedo hablar de mandos porque los he visto crecer; puedo hablar de contratación local porque la he vivido como herramienta de competitividad; puedo hablar del ecosistema público-privado porque lo he visto funcionar cuando hay propósito y hundirse cuando falta método; puedo hablar de Canarias porque no lo hago desde la nostalgia, sino desde la voluntad de construir futuro.
Conclusión: hablar de lo que uno sabe es decirle a Canarias que ya no es tiempo de teorías, sino de decisiones.
Este artículo no es una declaración de intenciones. Es el inicio de una etapa. A partir de hoy, hablaré desde lo que sé. Y desde ahí invitaré a empresarios, instituciones, mandos intermedios y ciudadanos a participar en una conversación adulta, moderna, exigente y esperanzadora. Porque hablar de lo que uno sabe no es mirar hacia atrás, sino abrir camino.
Hablaré de Canarias como territorio que puede liderar, no que deba justificarse. Hablaré de nuestras empresas no como víctimas del sistema, sino como protagonistas del cambio. Hablaré de las personas como la clave oculta de todo desarrollo posible. Hablaré de lo que sé, porque lo he vivido. Y lo haré con la convicción de que esa verdad, dicha con rigor y sin miedo, es el primer paso para transformar.
Porque hay muchas formas de tener voz, pero solo hay una forma de tener legitimidad: hablando de lo que uno sabe, con la valentía de quien está dispuesto a construir lo que dice.

