06/12/2024

Inteligencia Artificial, responsabilidad y progreso
I

Director de la Fundación Yrichen y Presidente de la Asociación Canaria de Entidades de Adicciones (AECAD)

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Hace años que, especialmente en torno a las aplicaciones militares y a la intimidad, el debate sobre la seguridad y sobre todo la ética en la inteligencia artificial (en adelante IA) es uno de nuestros grandes temas. Menos relevancia ha tenido en ese debate, otras preocupantes aplicaciones referidas a la segregación de personas en función de su raza, género u otros patrones a partir del uso intencionado de algoritmos. En esto, podemos leer las ideas y alertas que nos lanza Cathy O’Neil, desde su visión matemática y cómo esta ciencia también puede terminar siendo un arma de destrucción masiva. La IA es mirada con temor y desconfianza, como si de una fuerza independiente de nuestra organización social se tratará. Casi obviamos que es nuestra responsabilidad la que siempre determinará el progreso o el retroceso que generé en nuestro mundo.

Desde la aparición del ludismo por el impacto de la revolución industrial en la vida de muchas personas, hasta visiones más postmodernas y vinculadas al movimiento ciberpunk, o a la literatura y al cine de ciencia ficción, la presentación de máquinas y softwares independientes que desean nuestro sufrimiento y posterior extinción, condicionan una visión pasiva de nuestro rol sobre esos mismos desarrollos. Nada más lejos de la realidad. La IA no deja de depender nunca de nuestra intención. Individual, colectiva, corporativa, intencional o no, solidaria o egoísta… es nuestra inteligencia natural la que la condiciona, aunque a veces vemos casos que nos cuestionan sobre si existe raciocinio y sensatez en muchos de los usos que le otorgamos.

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Otro de los autores claves en torno a pensar la tecnología es el filósofo Mark Coeckelbergh. Hace ya casi veinte años, planteaba en su publicación “¿Regulación o responsabilidad? Autonomía, imaginación moral e ingeniería”, una especie de programa dual de desarrollo de marcos regulatorios que a la vez respalden la autonomía y la responsabilidad de los y las profesionales que desarrollen las tecnologías, simultáneamente con esfuerzos para promover lo que puede traducirse como “imaginación moral”. De forma algo reduccionista, porque la cuestión es compleja, Coeckelbergh, tanto desde la moral como desde la práctica, entiende que no es posible poner puertas al campo de la creación en el mundo digital, y que habla mal de nuestra sociedad en general, y de nuestra industria del conocimiento en particular, dar por hecho que siempre es imposible desarrollar modelos deontológicos donde profesionales y ciudadanos apliquen mayoritariamente la ética a la hora de programar o diseñar en torno a la IA. Como sociedad podemos llegar a acuerdos y compromisos entre una amplia mayoría, asumiendo que depende de nosotros que la IA, o en general el progreso tecnológico, no se base solo en la rentabilidad a toda costa sino en la responsabilidad.

Concretando en nuestro archipiélago, existe un enorme potencial para el desarrollo de herramientas y productos a partir de la IA que pueden mejorar la vida de la gente, especialmente de aquellas que tienen unas condiciones más duras para salir adelante. Puede haber un ecosistema favorable, una necesidad intrínseca de diversificar el sector productivo, algunas ventajas que parten de la desigualdad, y otras de contar con un territorio amable para trabajar. Pero quizás hay algo en la base, precisamente relacionado también con otra arista de la responsabilidad, donde no estamos viendo una falla. Dos pasos antes de hablar de IA, podemos ver malos ejemplos de cómo la falta de coordinación, visión, falta de iniciativa y sobre todo de responsabilidad para romper vicios, genera justo parálisis en el desarrollo tecnológico y por ende en el desarrollo socioeconómico. En Canarias, el trámite de obtener subvenciones por parte de las ong ́s que se dedican a prestar apoyo básico ante la exclusión social se hace a través de una herramienta que obliga a estas entidades a replicar por cada proyecto la misma información institucional y su documentación. Ineficacia inexplicable, sin contar la cantidad de tiempo perdido y personal de la propia administración dedicado a revisar la misma información por triplicado o cuadruplicado. En el ámbito sociosanitario, no existe una interconexión eficaz ni operativa entre el ámbito de la primaria, la hospitalaria, los servicios sociales o los especializados como los de las adicciones o la salud mental (con los riesgos específicos que esto trae al contar con facultativos y medicación de por medio). Son solo algunos ejemplos de donde estamos a día de hoy. Sin ser capaces de resolver retos de hace más de una década por inoperancia y falta de responsabilidad, parece casi un atrevimiento hablar de innovación o IA.

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Seguramente aquí el progreso a partir de la innovación tecnoló- gica y en concreto a través de la IA, depende de factores vinculados a esa idea amplia de la res- ponsabilidad (aún sabiendo que es un concepto individual en un fe- nómeno global), ejercida desde el poder político, empresarial y técnico, y basado en una perspectiva realista de donde estamos, donde podríamos estar ya hace tiempo, y que aspectos “culturales” generan una barrera para el progreso en forma de no inteligencia natural.

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