No sé si te pasa, pero últimamente me mandan o me recomiendan nuevas herramientas, al parecer imprescindibles, de inteligencia artificial. A veces llegan por redes sociales, otras en newsletters a los que me suscribo casi sin darme cuenta. Y claro, una parte de mí siente que, si no las pruebo todas, me estoy perdiendo algo. O peor aún: que me estoy quedando atrás.
Pero déjame decirlo claro: el problema no es la IA, somos nosotros. Porque la verdadera transformación no está en probarlo todo, sino en aprender a usarlo con criterio. Lo que diferencia a quienes integran la IA en sus procesos de comunicación, y no simplemente “juegan” con ella, es justo eso: la capacidad de pensar antes de pedir.
Si no sabes qué pedir, la ia tampoco
El Estudio ECE 2025 de la asociación de Directivos de Comunicación, sobre el estado de la comunicación en España, lo deja claro: casi un 80 % de los profesionales ya usa o planea integrar la IA en su día a día. Pero la gran diferencia no está en el uso, sino en el enfoque.
La IA no es una varita mágica ni un sustituto del talento humano. Es una herramienta que multiplica lo que ya tienes: si tu pensamiento es claro, te ayuda a sintetizarlo; si es confuso, lo amplifica. Si tienes criterio, te da profundidad; si no lo tienes, solo genera ruido. Por eso, en comunicación corporativa, el reto no es aprender a “darle órdenes” a una máquina, sino aprender a conversar con ella desde la estrategia. Porque el buen comunicador no delega su responsabilidad, la amplifica.
Durante años nos obsesionamos con dominar plataformas: saber cómo funciona Instagram, entender el SEO, estudiar las reglas del engagement. Pero la IA cambia el paradigma. Ya no se trata de algoritmos que nos interpretan, ahora somos nosotros quienes debemos interpretar a la IA.
El comunicador del futuro no será quien escriba mejor, sino quien piense mejor. Y, sobre todo, quien sepa qué preguntar y cuándo callar. Quien sepa contextualizar, guiar y validar resultados con sentido crítico. Y eso paradójicamente, nos devuelve a lo más humano de nuestro oficio: pensar, dudar, cuestionar y decidir. La IA nos obliga a volver a la raíz del pensamiento estratégico. A definir objetivos con claridad, algo que en muchas organizaciones se había diluido entre correos urgentes, reuniones infinitas y comunicados sin alma.
No necesitas más contenido, necesitas criterio
Las empresas, también en Canarias, viven presionadas por la urgencia del ahora: publicar, responder, visibilizar, estar. Pero la inmediatez mal gestionada es enemiga del criterio. Veo marcas que usan la IA para producir más contenido, pero no para mejorar su comunicación. Copian formatos, repiten mensajes, automatizan sin contexto. Y eso, más que innovación, es ruido multiplicado.
La IA puede ayudarte a redactar un texto, sí, pero también puede ayudarte a preguntarte si ese texto debería existir. Puede ayudarte a escribir un post más rápido, pero también a analizar si ese post aporta algo. La diferencia está en el propósito.
En los datos del Estudio ECE 2025 hay algo que salta a la vista. La comunicación gana peso estratégico dentro de las empresas, los dircom se sientan en los comités de dirección, y la IA aparece como el gran reto de los próximos años. Pero entre líneas hay una advertencia: no basta con saber usar la IA, hay que saber cuándo no usarla.
La ética, la verificación de datos, la autoría de los contenidos, la protección de la identidad de marca… todo eso depende del criterio humano. Una IA puede ayudarte a construir reputación, pero también puede arruinarla si se usa sin supervisión. El buen comunicador, más que nunca, debe ser el filtro. La persona que da sentido al ruido, que separa lo útil de lo trivial y que garantiza que cada mensaje tenga coherencia con lo que la organización es y representa.
La IA es el nuevo equipo invisible de muchos departamentos, especialmente el de comunicación. Te ayuda a analizar documentos, a redactar, a traducir, a detectar tendencias. Pero si solo la usas como asistente, te quedas corto.
Canarias ante el reto de la transformación
En el ecosistema empresarial canario, donde muchas pymes todavía ven la comunicación como un gasto más que como una inversión, la IA representa una oportunidad única. No tanto por la tecnología en sí, sino porque obliga a repensar procesos, estructuras y prioridades.
Las empresas que entiendan que la IA no sustituye al criterio humano, sino que lo potencia, serán las que logren diferenciarse en los próximos años. No por ser más rápidas, sino por ser más inteligentes en el sentido más amplio del término: humanas, estratégicas y conscientes. Porque no se trata solo de aplicar tecnología, sino de contar el cambio con honestidad y propósito.
Manual mínimo para comunicadores con criterio
Después de todo lo dicho, si has llegado hasta aquí esperando algo más concreto que reflexiones, aquí va lo que de verdad me ha servido en el día a día. No es un método infalible ni un decálogo solemne, pero sí un conjunto de ideas que me han ayudado a usar la IA sin perder el norte, la voz propia ni la coherencia de marca.
Contexto antes que comandos: La IA entiende mejor cuando tú entiendes mejor lo que quieres. Antes de pedirle algo, define el propósito: ¿para qué necesito esto?, ¿a quién va dirigido?, ¿qué tono y qué canal usaré? La calidad del resultado depende directamente de la claridad de tu pensamiento.
No le pidas resultados, pídele razones: Si solo le exiges entregables, se convertirá en un generador automático de frases vacías. Pero si le pides que te justifique por qué te propone algo, te obliga a pensar con ella. A veces una buena conversación con la IA te enseña más que diez reuniones de brainstorming.
Revisa siempre: Lo que la IA te da rápido, verifícalo despacio. Comprueba datos, cifras, citas o cualquier afirmación sensible. La velocidad no sustituye la veracidad. Y en comunicación, una coma mal puesta puede tener consecuencias.
Integra, no aísles: La IA no sustituye a tu equipo, lo amplifica. No se trata de que trabaje sola, sino de que te ayude a pensar mejor, a ganar tiempo para lo que realmente importa. Deja que participe en la fase de exploración, pero reserva la validación y la decisión para el criterio humano.
Y un consejo extra que vale oro: usa la IA para cuestionarte, no para confirmar lo que ya crees. Pídele que te lleve la contraria, que te muestre un punto de vista opuesto, que busque debilidades en tu argumento. Cuando la IA te contradice, aprendes más que cuando te aplaude.
Al final, esta conversación sobre inteligencia artificial no va de tecnología, sino de responsabilidad. La IA no viene a reemplazarnos, sino a ponernos a prueba: a ver si realmente sabemos pensar, priorizar y comunicar con sentido. La IA no inventa nada: amplifica lo que ya somos. Si hay criterio, lo ilumina. Si no lo hay, lo deja al descubierto. Y ahí, en ese reflejo, se ve lo que ninguna máquina podrá copiar jamás: nuestra capacidad de pensar con alma. Ese es el desafío: seguir siendo humanos en un mundo que corre hacia lo artificial. Recordar, incluso cuando todo se acelera, que la única inteligencia que marca la diferencia es la que no se puede programar. Esa, por suerte, sigue siendo nuestra.

