14/10/2025

No, sin mi gente
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AGONEY MELIÁN. PRESIDENTE DE AJE CANARIAS

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En los encuentros empresariales es habitual escuchar felicitaciones individuales, discursos sobre trayectorias personales o logros visibles. Sin embargo, hace unos días, en medio de una de esas cenas que parecen rutinarias, alguien me sorprendió con un elogio distinto: no habló de mis proyectos ni de mis decisiones, sino del equipo que me acompaña. Y me di cuenta de que pocas veces un reconocimiento puede ser tan valioso, porque apunta a lo esencial: nada de lo que construimos tiene sentido sin las personas que lo hacen posible.

La sociedad tiende a fijarse en la parte visible del escaparate: la foto en el evento, la firma de un acuerdo, el resultado final de un proyecto. Pero detrás de cada logro hay un puzle silencioso que no se ve, hecho de corazones que laten en quienes convierten una idea en acción, un plan en ejecución, un sueño en realidad. Esos equipos, muchas veces invisibles, son los verdaderos motores de la empresa.

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Siempre digo que tengo un grupo de ninjas. Ninjas porque se mueven con rapidez, porque resuelven en silencio, porque aparecen donde uno menos lo espera para poner orden en medio del caos. Pero, más allá de la broma, lo que los define no es la destreza, sino la mezcla de empatía, cariño y calidad humana con la que trabajan. Yo, que reconozco ser un hiperactivo que presiona, que empuja, que acelera, me sé compensado por la inteligencia emocional con la que ellos sostienen cada tarea, cada cliente, cada proyecto.

Escenas que no salen en la foto.

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Cuando pienso en mi equipo no lo hago solo en clave de resultados o en gráficos de crecimiento. Lo pienso en escenas muy concretas que jamás salen en una memoria anual. Recuerdo un curso que casi se viene abajo porque el proyector se negó a funcionar y Airam, con calma y sin estridencias, resolvió en segundos lo que para mí parecía un naufragio seguro. Recuerdo también aquella propuesta que yo había imaginado con la cabeza en las nubes y que Ayoze supo aterrizar con una creatividad práctica que yo no tengo, dándole forma real y vendible. O esos lunes en los que yo llego con mil ideas atropelladas y Noe y Ana, con paciencia y complicidad, las ordenan y convierten en un plan posible. Éxito es ver como Alfi, pone en movimiento algo que solo existía en mi cabeza.

Éxito es también Elvira, que aguanta una llamada difícil, con una sonrisa cuando yo ya habría perdido la paciencia. Éxito es quien detecta un error a tiempo y lo corrige antes de que trascienda. Éxito es la que, en medio de un evento, improvisa un detalle que emociona a todos y hace que la jornada brille. Esos momentos pequeños son los que sostienen todo lo demás. Sin ellos, ninguna foto luciría igual.

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He aprendido que liderar no es mandar. Liderar es escuchar, sostener y, a veces, callar para que otros brillen. No siempre me sale, lo reconozco; a menudo me gana la urgencia. Pero entonces me encuentro con esas miradas que me aterrizan, con esos gestos que me devuelven al centro, con esa capacidad que tienen ellos para recordarme que no todo es velocidad, que también hay que disfrutar del camino.

El modelo que Canarias necesita.

En un tiempo donde el discurso dominante parece enfrentar a empresarios y trabajadores, creo que tenemos que atrevernos a construir otra narrativa. En demasiadas tertulias se repite la misma música: empleados que se quejan de jefes que exprimen, empresarios que se quejan de trabajadores que no rinden. Esa desconfianza mutua acaba siendo un círculo vicioso que nos resta energía como sociedad.

Canarias no puede permitirse eso. En un territorio insular, donde la cercanía es parte de nuestra identidad y donde todos nos cruzamos tarde o temprano, la empresa no puede ser un campo de batalla. Nuestro tejido productivo se sostiene en gran medida sobre pymes familiares, proyectos locales y equipos pequeños que lo dan todo. En ese contexto, cuidar a las personas no es una opción estética, es una cuestión de supervivencia empresarial.

La empresa canaria que quiera perdurar necesita equipos que se sientan parte, no piezas reemplazables. Necesita conjugar exigencia y empatía, porque se puede trabajar duro y al mismo tiempo reconocer y abrazar. Y necesita líderes que entiendan que los logros no son individuales, sino colectivos. Un contrato firmado puede llevar un nombre, pero detrás de cada rúbrica hay muchas manos invisibles.

Lo que permanece.

Cuando dentro de unos años miremos atrás, los contratos, los eventos y los proyectos serán recuerdos valiosos, pero lo más importante será lo que no se mide: las risas en medio del cansancio, las bromas internas que solo entendemos nosotros, las veces que alguien se quedó un rato más no por obligación sino por complicidad, las amistades que nacieron en medio de la rutina. Eso, lo intangible, es lo que de verdad permanece.

El éxito, en mi experiencia, no es un destino al que se llega con prisas. Es un camino que se recorre acompañado. Y ese camino, en Canarias, se hace con equipos. La productividad es importante, claro que sí, pero lo que da sentido al esfuerzo es la comunidad que se construye alrededor de ella. Por eso, si tuviera que definir mi mayor logro, no hablaría de números, sino de personas.

Una visión de futuro.

Creo que el futuro empresarial de Canarias pasa necesariamente por los equipos. No por gurús solitarios ni por liderazgos que solo brillan hacia fuera, sino por estructuras humanas cohesionadas y bien cuidadas. Si queremos retener talento, evitar que nuestros jóvenes se marchen o que nuestras empresas dependan siempre de decisiones tomadas lejos de aquí, tenemos que apostar por un modelo basado en la confianza, en la pertenencia y en el orgullo de construir juntos.

La Canarias que sueña con diversificar su economía y competir en un mundo global no lo conseguirá solo con incentivos fiscales o con promociones turísticas, lo logrará con empresas que sepan cuidar de su gente. Porque al final, detrás de cada innovación, de cada nuevo mercado y de cada servicio que funciona, hay personas. Y si esas personas se sienten valoradas, si se saben parte de algo mayor, si perciben que su esfuerzo tiene sentido, entonces todo lo demás fluye.

La cima compartida.

Por eso quiero escribir este artículo como un homenaje y también como una convicción empresarial: no sin mi gente. Nunca sin mis equipos. Porque el futuro de nuestras empresas, y por tanto de nuestra tierra, no se construye con individualidades brillantes, sino con comunidades humanas fuertes.

El éxito, al fin y al cabo, se parece a subir al Teide. Uno puede intentarlo solo, pero la verdadera experiencia está en hacerlo acompañado, compartiendo el esfuerzo, las paradas y la llegada a la cima. Lo mismo ocurre en la empresa: no se trata de llegar rápido, sino de llegar juntos. Y si un día me toca mirar atrás, quiero ver que subí con mi equipo, con mi gente, porque solo así las vistas desde arriba tendrán sentido.

Hoy lo tengo muy claro, si me dieran la lámpara de los deseos, jamás pediría tener éxito sin más. Mi petición sería clara, conseguir todos los objetivos propuestos para mi vida, pero ya sabes la coletilla mágica: No, sin mi gente.

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