En octubre, todavía huele a verano en Canarias. El termómetro aguanta, los alisios dan tregua y en la calle seguimos a medio camino entre la chola y el zapato cerrado. Pero el calendario no perdona: la “vuelta al cole” ya pasó, asoma Halloween, se calienta el Black Friday y la Navidad empieza a enseñar la patita por debajo de la puerta. En nada, el año se nos viene encima.
En nuestro sector (comunicación y proyectos corporativos) agosto es un parón rotundo; septiembre, carbón y leña a la máquina para reactivar clientes; y octubre… octubre es el kilómetro bisagra. Es ese tramo en el que los fondistas inteligentes levantan la cabeza, ajustan la zancada y beben en el avituallamiento. No se trata de ir más despacio, se trata de dosificar para llegar mejor. Porque el último trimestre, multiplica la actividad con campañas que se cierran, presupuestos que se pelean, lanzamientos que no pueden fallar.
La tentación es obvia, acelerar sin mirar. Pero la experiencia, y unas cuantas cicatrices, me han enseñado que octubre es el momento de la pausa estratégica. Si lo hacemos bien, la pausa no nos resta metros, nos da dirección. Y en el cierre de año, la dirección es oro.
LA TRAMPA DE LAS PRISAS
Septiembre y octubre en Canarias tienen un efecto curioso: los departamentos comerciales pisan el acelerador para cerrar proyectos, mientras la producción intenta seguirles el ritmo. Esa carrera contra el calendario es comprensible (se acerca el cierre del ejercicio, los presupuestos, las campañas navideñas), pero también peligrosa.
El error habitual es creer que avanzar más rápido equivale a avanzar mejor. Y no siempre es así. A veces, el exceso de velocidad nos lleva a repetir errores, a dedicar recursos a lo que no aporta valor o a desgastar equipos justo antes del tramo más exigente del año. Es como lanzarse a un sprint en el kilómetro 15 de una maratón: la inercia inicial puede engañar, pero las piernas y la cabeza acabarán pasando factura.
Lo vivo cada año en carne propia. Tras el parón de agosto, septiembre nos da esa falsa sensación de que todo arranca con energía renovada. Clientes que regresan, proyectos que hacemos que resurjan, reuniones que se multiplican. Y de repente, en octubre, la agenda se llena como si el año fuese a terminar mañana. Por eso, más allá de la urgencia legítima de reactivar la maquinaria, octubre es el momento perfecto para hacerse la pregunta incómoda: ¿estamos corriendo hacia el lugar correcto o solo corriendo?
EL VALOR ESTRATÉGICO DE LA PAUSA
Parar en octubre no significa frenar la actividad ni dejar pasar oportunidades. Significa usar la inercia que ya generamos en septiembre para pensar con más claridad. Es aprovechar el momento en que la máquina empieza a rodar sola para levantar la cabeza, revisar el mapa y ajustar el rumbo.
En comunicación corporativa esto es vital. Lo he aprendido a base de golpes: si esperas mucho para replantear estrategia, llegas tarde. En cambio, si en octubre te tomas el tiempo de parar, observar y ajustar, la diferencia es enorme. No solo reduces el margen de error, sino que consigues que el cierre de año se convierta en un sprint con dirección, no en una carrera caótica.
Lo vi en 2024 en una pyme turística de la Isla: en octubre se lanzaron a preparar campañas de Navidad sin revisar procesos. El resultado fue claro: mensajes duplicados en redes y promociones mal comunicadas. Al final tuvieron que gastar el doble en correcciones. En cambio, una empresa de moda con la que trabajamos decidió en octubre dedicar una semana a revisar estrategia. Redefinieron su calendario, ajustaron mensajes y cerraron el año con récord de ventas en Black Friday y una campaña navideña sin sorpresas.
La pausa estratégica también es una forma de liderazgo. Porque quien dirige un equipo y se atreve a decir “vamos a parar y revisar” está transmitiendo madurez, visión y confianza. No se trata de bajar la intensidad, sino de demostrar que se sabe cuándo acelerar… y cuándo no.
LA PAUSA COMO ACTO DE LIDERAZGO
En un mundo obsesionado con la productividad, parar parece casi un pecado. Vivimos rodeados de métricas que premian la velocidad: correos respondidos, reuniones agendadas, proyectos entregados. Pero la verdadera madurez de un líder se mide no solo por lo que impulsa, sino también por lo que detiene a tiempo.
Tomarse una pausa en octubre no es un gesto de debilidad, es un signo de inteligencia. Es mirar a los ojos al equipo y transmitir un mensaje claro: “no vamos a correr sin rumbo; vamos a parar un segundo para asegurarnos de que la dirección es la correcta”. Ese simple gesto cambia la dinámica de un grupo, porque refuerza la confianza y evita que la presión se convierta en ansiedad.
Lo veo a menudo (y lo he vivido), empresas que llegan a diciembre exhaustas, con equipos quemados, frente a otras que habiendo dedicado un momento a revisar y realinear, logran cerrar el año con claridad y energía. La diferencia no está en el presupuesto ni en el tamaño, sino en la calidad del liderazgo. Estudios indican que muchas organizaciones pasan buena parte de su tiempo resolviendo retrabajos (errores, correcciones) porque lo inicial no estuvo bien definido, además, de que el 44 % de los proyectos falla por falta de alineación entre los objetivos del negocio y los del proyecto.
La pausa, entendida como un acto consciente, tiene además un efecto simbólico. Enseña a los demás que pensar también es trabajar, que cuestionar no es perder el tiempo y que detenerse a reflexionar puede ser el movimiento más productivo del trimestre.
COMUNICAR DESDE LA PAUSA
Hacer una pausa no sirve de nada si se vive en silencio. Igual que un líder debe parar para pensar, también debe saber comunicar esa pausa. Y aquí es donde muchas empresas fallan: frenan internamente, pero hacia fuera siguen transmitiendo la misma prisa y el mismo ruido.
En comunicación corporativa, octubre es un mes ideal para mandar dos mensajes claros y coherente. Al equipo interno: “paramos para alinear objetivos, no para bajar el ritmo”. Este tipo de comunicación interna evita malentendidos y da seguridad a las personas que sienten la presión del cierre de año. Y a clientes y colaboradores externos: “ajustamos para darte lo mejor”. Explicar que se revisan procesos o mensajes no es signo de debilidad, sino de transparencia y profesionalidad.
En Canarias esto cobra un matiz especial: el cierre de año coincide con la temporada alta turística, con un ecosistema empresarial que multiplica su exposición. Saber comunicar con claridad en este momento no solo ordena la casa por dentro, sino que también mejora la percepción hacia fuera.
Desde mi punto de vista, puede que tu octubre no sea un mes de transición sin importancia, sino se convierta en el kilómetro en el que decides cómo será el sprint final. Y ahí está la diferencia entre quienes llegan a diciembre exhaustos y quienes llegan con energía: no está en correr más rápido, sino en saber parar a tiempo. Sea en Canarias o en cualquier otro lugar, octubre nos recuerda una lección sencilla pero poderosa: parar también es avanzar. Y en un mundo que corre sin mirar, esa puede ser la ventaja competitiva más valiosa de todas.