Últimamente, tener valores se está volviendo complicado, en un país instalado en la bronca. Debatir sobre el proyecto que queremos para las próximas generaciones, es casi imposible cuando se gobierna a golpe de titular; y es que, la política ha perdido el tino entre foros y discursos parlamentarios.
Cansado me ando de los paliques vacíos de contenido y las medidas estrella que, por desgracia, no terminan de llegar en condiciones a la sociedad civil.
Nótese en mis letras que ando un poco enfadado, y no porque sea una víctima de persona. El cabreo, tiene más que ver con mi responsabilidad como presidente de la juventud empresaria de Canarias y el día a día con mis compañeros y compañeras.
La llamada del terror.
Recibir una llamada de un compañero que te expresa que ha decidido acabar con su vida, porque ha hipotecado la casa de sus padres para montar su negocio de restauración, y ha llegado una pandemia, es una de las llamadas más terroríficas a las que una persona que representa una organización se tiene que enfrentar.
Recibir una llamada de alguien que ha invertido ochenta mil euros en su centro de realidad virtual que va a tener que cerrar, es desconsolador.
Recibir una llamada de un empresario de veintidós años porque ha cambiado unos turnos a su empleada y esta ha cogido la baja casi abocando al cierre a su negocio, sin que este pueda hacer nada, es para mear y no echar gota.
Querer pagar a tus empleados mil euros más y que el estado se lleve mil setecientos aparte, es de película de ficción.
Y aun así, tienen la cara dura de salir a decir que paguemos más y que seamos más solidarios con el país. Se han puesto a compararnos con las grandes compañías, contra las que no tengo absolutamente nada, es más, a muchas las admiro por su cultura y trabajo, pero legislan para ese músculo, sin pensar en la mayoría real.
¿Dónde está nuestro escudo social?
Un país de pequeñas y medianas empresas.
Siento rabia contenida, y ese carácter amable que siempre me caracteriza, se torna en enfado cuando escucho a esa corriente política que necesita criminalizar a la empresa para justificar el atraco a mano armada que ha supuesto la subida de los costes de vida, y el salseo territorial que no hace más que aburrir a quienes la política la entendemos como una herramienta para mejorar la vida de las personas.
Te levantas y pones las noticias y te da vergüenza decir que eres empresario. No porque estés haciendo nada mal, ni mucho menos. Te da vergüenza porque han comenzado una caza de brujas contra nuestra figura, más propia de la Santa Inquisición católica que de un gobierno que se dice para todos.
Que si Ferrovial se va de España, que si los directivos de las grandes compañías cobran mucho, que si hay que machacar a los ricos. Sí, de esto es de lo que se habla en los medios de comunicación, pero del tremendo socavón que sufren los autónomos de este país, ni media palabra. Y cómo se van a preocupar por nosotros, si es que en el cómputo de votos no suponemos ni un tres por ciento del país. Si es que, nos hagan lo que nos hagan, vamos a seguir estoicamente trabajando en nuestros negocios porque nos encanta lo que hacemos y lo vivimos con pasión y a diferencia de
Ferrovial, no nos vamos a mudar porque nos gustan nuestras ciudades y nuestros barrios. Hoy, y quiero expresar claramente que no formo parte de ninguna corriente política, y que quiero gritar basta ya de dilapidarnos por el simple hecho de querer tener una vida mejor. Una vida llena de sacrificios de una dureza extrema que a veces, lo dicen las estadísticas, es más un calvario que otra cosa. España es un país de pequeñas y medianas empresas a las que estamos masacrando económica y moralmente. No entiendo si es falta de conocimiento o simplemente el plan trazado para ejecutar un cambio de modelo de país. En ambos casos, les reto a que lo digan claramente, a que dejen estrujar el alma de quienes, por apostar un día por un sueño, se les castiga con un látigo incesante.
Una botella de champán.
Nunca he sido una persona pudiente. Vengo de un barrio y salir a flote ha sido una tarea difícil.
Recuerdo en mis comienzos tener que hacer panfletos de mis cursos según iba cobrando alguna cosilla. Tenía un único par de zapatos negros de invierno, que me ponía cada día para ir trabajar, y un SEAT Córdoba del año 1999, con el cristal del copiloto pegado con Bunitex, y algunas bridas en el parachoques.
No tenía aire acondicionado, y la radio, un pequeño aparato enganchado con un palillo de dientes, me acompañaba en los trayectos a su antojo. La emisora era la que estaba en el lugar, no podía modificarlo.
Recuero estar en agosto a cuarenta grados ofreciendo mis cursos de coctelería por todo el sur de Tenerife sin que mucha gente me hiciera caso. Era un día tras otro y les confieso, que, ante la escasez económica, alguna noche tuve que dormir en mi coche para no gastar gasolina.
Un día me desmayé, y uno de los camareros de uno de los bares de moda del sur, se acercó a darme agua. Cuando abrí los ojos, me llené de felicidad, alguien a quien llevaba una semana saludando sin éxito, se ha dirigido a mí. No me lo pensé, metí la mano en el bolso y le saqué un flyer de mi curso. Él no daba crédito a lo que estaba ocurriendo, creo que sintió mucha pena por mí y me indicó donde eran las oficinas de aquel local para que pudiese ir a mostrar mi producto.
Casi diez años más tarde, con una estantería llena de zapatos y un coche climatizado, fui a ese mismo lugar, ahora, en calidad de cliente. Ya había comenzado mi andadura en las organizaciones empresariales, y estaba en el proceso para presentarme a presidente de AJE Canarias. El dueño del local, conocedor de la noticia, quiso tener un detalle conmigo y me invitó a una botella de champán. Mi cabeza explotó y de repente me vino aquel recuerdo tirado en la arena, seguramente deshidratado y hambriento mirando fijamente a aquel camarero y me fui al baño a llorar. Qué duro ha sido llegar hasta aquí.
Ahora la gente habla, te pide que seas muy solidario, que creo que hay que serlo, pero te miran con desprecio por todas las cosas que estás haciendo sin reflexionar sobre aquellas lágrimas.
Yo me pregunto dónde estaban aquellas noches donde dormí en aquel incómodo coche, donde a veces no comía ni sabía por donde debía tirar.
Qué fácil es repartir el dinero de otro, ¿No creen?
Antes partido que doblado.
Estoy cansado de tener que pedir perdón por trabajar duro en la vida, por intentar mejorar y tener ambición. Creo que ha llegado el momento de salir a las calles a contarle a la gente que no somos los malos, que es muy difícil crear empresas y que nos están saqueando cual piratas.
Hay que explicar a la gente que las pequeñas empresas no nos estamos forrando, que el coste que supone abrir las puertas cada día es cada vez más difícil, y que no nos merecemos el escarnio público sin fin.
Yo estoy enamorado de mis colaboradores, son mi familia, la gente que quiero ver cada día cuando me levanto. La que me alegra los días y me acompaña en los malos momentos, ¿Cómo no voy a querer que estén mejor?
Lo que pasa es que se han empeñado en crear dos bandos, y eso, no lo podemos permitir.
Abrir una empresa es una de las experiencias más horribles que he vivido en mi vida. Los tres primeros años fueron demoledores y les aseguro que yo, no me considero especialmente tonto.
Nos lanzamos a una jungla despiadada donde el mercado global, y la falta de conocimiento hace que la mayor parte de las personas jóvenes que abren, fracasen en los tres primeros años, un total de nueve de cada diez.
La juventud empresaria se está convirtiendo en una especie en extinción, y yo, que soy muy de vivir mi vida con propósito, pienso dejarme la piel para que no desaparezca. Voy a luchar, el tiempo que me queda, para explicar a la sociedad civil, de una manera pedagógica, lo difícil que es todo y la falta de sensibilidad que existe hacia nuestro colectivo.
Desde el cariño, con los datos sobre la mesa, y con todo el respeto y rigor del mundo, animo a toda mi tribu a que salgamos a la calle a conquistar los corazones de los españoles.
Vamos mi gente, que comience la revolución.