27/07/2024

Somos números
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Últimamente escucho en demasiadas ocasiones esta expresión, pronunciada además, desde el más absoluto convencimiento de que es así y con la correspondiente carga de desmotivación que lleva asociada. ¿Pueden imaginar algo peor que tener la obligación de ir todos los días a un lugar en el que no te sientes tratado/a como un ser humano? […]

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Últimamente escucho en demasiadas ocasiones esta expresión, pronunciada además, desde el más absoluto convencimiento de que es así y con la correspondiente carga de desmotivación que lleva asociada. ¿Pueden imaginar algo peor que tener la obligación de ir todos los días a un lugar en el que no te sientes tratado/a como un ser humano? Yo no.

Ni lo imagino ni, por supuesto, puedo compartir o entender que esta situación se siga dando a día de hoy en ninguna organización, porque, si partimos de la base de que las personas son la base de la cultura de la empresa, ¿de qué clase de organización podríamos estar hablando?. La cultura organizacional se define por los valores compartidos, las creencias, las normas y las actitudes que guían el comportamiento de los/ as empleados/as dentro de una organización. Estos elementos culturales se desarrollan a través de la interacción de las personas que conforman la empresa y de cómo se comportan y se relacionan entre sí. Y cuando los estándares culturales se alejan del carácter, los valores o las creencias para centrarse en el rendimiento, los números y otros baremos impersonales, nuestras hormonas impulsoras de la conducta se desequilibran y se diluye nuestra voluntad de confiar en otros/ as y colaborar con ellos/as. Como cuando se añade agua a un vaso de leche, al final la cultura está tan aguada que pierde todo aquello que la hace buena y saludable, y a estas alturas, sólo tiene un vago aspecto a leche o un sabor que a penas nos la recuerda.

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Un estudio profundo de las organizaciones con un rendimiento alto, aquellas en las que las personas se sienten a gusto cuando van a trabajar, reveló algo increíble. Entre otras conclusiones, se determinó que, si se satisfacen determinadas condiciones y las personas dentro de una organización se sienten seguras con sus compañeros/as, cooperarán para alcanzar cosas que ninguno/a de ellos/as podría haber conseguido en solitario. El resultado es que su organización destacará frente a la competencia.

En estas organizaciones, sus líderes, trabajarán arduamente para que su gente se sienta parte de un todo, ofreciéndoles una cultura sólida basada en un conjunto claro de valores humanos y creencias. Y, además, en la parte emotiva, tiene que ver con el apoyo y el esfuerzo de la empresa para fomentar el sentimiento de pertenencia. Bajo este paradigma, la creencia de “ser un número” está fuera de todo lugar.

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Lo contrario a esta situación deseable, tiene que ver con la historia que les comparto a continuación. El protagonista, Daniel, fue contratado por una empresa de tecnología como desarrollador de software. Consideró que era la gran oportunidad de su vida y durante los primeros meses, realmente se sentía retado e ilusionado por formar parte de una proyecto tan desafiante. Daniel se sentía realmente valorado por sus competencias técnicas y transversales.

Transcurrido el tiempo, Daniel descubrió que la cultura de la empresa estaba cambiando. Los equipos de gestión se centraban cada vez más en los resultados financieros y en la consecución de los objetivos empresariales y habían perdido la óptica de las necesidades individuales de los/as empleados/ as. Así mismo, Daniel se percató de que sus superiores lo trataban cada vez más como un número en lugar de como alguien con talentos únicos y necesidades individuales. Las decisiones se tomaban independientemente de sus contribuciones y los proyectos se asignaban independientemente de sus intereses particulares o habilidades. Además, se esperaba que trabajara muchas horas sin que se apreciara plenamente su esfuerzo extra.

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Con el paso del tiempo, Daniel perdió la motivación y el entusiasmo por su trabajo. Desilusionado, Daniel trató de transmitir sus preocupaciones a su gerencia, pero recibió poca empatía o comprensión. La empresa priorizó las ganancias y la eficiencia sobre la salud y el bienestar de los empleados/as. Finalmente, Daniel tomó la difícil decisión de dejar su trabajo y buscar un ambiente de trabajo más humano y respetuoso, ya que necesitaba mantener la cordura y recuperar su motivación y pasión por lo que le gustaba hacer. No es de extrañar que la historia acabara así. No obstante, lo que más abunda son las organizaciones cuya plantilla, en situaciones similares a la de Daniel y en un porcentaje elevado, está desmotivada, pero no abandona su puesto de trabajo porque, al fin y al cabo, la zona de comodidad tira mucho y dar el salto da miedo. Estas organizaciones, lógicamente, no funcionan todo lo bien que debieran, pero, ¿por dónde empezar?.

Lo primero es tomar tiempo para parar y “afilar la sierra”. Es imperativo. Cuando lo hagamos, tomaremos consciencia de que la inercia que nos lleva a tratar a los/as empleados/as como números no sólo es una actitud laboral inhumana sino que es del todo ineficaz. Evitar este enfoque no reporta más que beneficios a las organizaciones, entre ellos:

• Felicidad y moral: Los/as empleados/ as son personas con emociones, necesidades y vidas fuera del trabajo. Tratarlos solo como números y recursos de productividad puede crear un ambiente de trabajo frío y poco acogedor. Esto puede conducir a una baja motivación, falta de compromiso y mala salud física y mental. En cambio, valorarlos como personas crea un ambiente positivo y alentador que mejora la moral y la satisfacción laboral.

• Productividad y Creatividad: Tratar a los/as empleados/as como personas con habilidades únicas y valiosas fomenta un sentido de pertenencia y lealtad a la empresa. Esto los hace más comprometidos con las metas organizacionales, aumenta su productividad y los motiva a aportar nuevas ideas e innovaciones. Cuando los/as empleados/ as se sienten valorados/as y respetados/as, tienden a desempeñarse mejor y a ser más creativos/as en su enfoque del trabajo.

• Retención del talento: Los/as empleados/as aprecian sentirse valorados/as y reconocidos/as por su trabajo. Si se les trata simplemente como números intercambiables, es probable que busquen oportunidades en otras empresas que ofrezcan un trato más humano y respetuoso. La rotación frecuente de empleados/as no solo es costosa para las empresas, sino que también puede afectar negativamente la cultura laboral y la continuidad del proyecto.

• Relaciones y trabajo en equipo: tratar a los empleados/as como seres humanos promueve el desarrollo de relaciones sólidas y un sentido de comunidad en el lugar de trabajo. Una comunicación más abierta y empática fomenta la colaboración y el trabajo en equipo que son esenciales para el éxito de muchas empresas.

• Imagen corporativa: La forma en que una empresa trata a sus empleados/as puede tener un gran impacto en su reputación. Si a una empresa se le da la impresión de que solo se preocupa por los números y los resultados y no por el bienestar de sus personas, puede hacer que la empresa sea menos atractiva tanto para clientes internos como externos.

Durante décadas hemos creado empresas con estructuras jerarquizadas, sistemas rígidos y procesos mecanizados. Hemos confiado ciegamente en la planificación y hemos diseñado planes estratégicos estudiados al detalle. Esta visión mecanicista ha permitido a muchas empresas obtener sustanciales beneficios, pero empieza a presentar claros síntomas de agotamiento. Está claro que cuando se trata de personas, los casos de éxito no siempre son infalibles. Las personas somos seres sociales, con emociones y sueños, somos imprevisibles y somos muy sensibles a estímulos como la motivación, el reconocimiento o la aceptación.

Ligado a lo anterior, es fácil también concluir que tratar a las personas con respeto, empatía y compasión como seres con necesidades y ambiciones únicas no solo es ético y humano, sino también una estrategia inteligente para fomentar un ambiente de trabajo positivo, productivo y que contribuye a la retención del talento, que ya sabemos que no es tarea fácil.

Estoy segura de que saben a lo que me refiero. Conocen perfectamente el poder de una palabra amable y de una sonrisa. Saben que, muchas veces, la vida se puede cambiar con un abrazo y si éste dura 8 segundos, podemos cambiar el mundo.

Hoy, más que nunca, las empresas deben entender que de ellas depende en gran parte la sostenibilidad social, económica y medioambiental de nuestro mundo. Humanizar las empresas es un reto que debe estar en la agenda de nuestros dirigentes y nada debe estar por encima de la felicidad de las personas.

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