La industria no es un sector económico más, sino la clave para diversificar la economía canaria, generar empleo de calidad y garantizar un modelo productivo menos vulnerable y más competitivo
Durante años he defendido — en foros sectoriales, grupos de trabajo, entornos académicos, espacios de opinión y, sobre todo, en tertulias con los amigos — que, si Canarias quiere avanzar hacia un modelo económico sólido, equitativo y sostenible, necesita consolidar un sector industrial fuerte. Es una convicción que no parte de una posición ideológica, ni un ejercicio de nostalgia, es una conclusión basada en análisis económicos, sentido común y en la convicción de que Canarias tiene futuro, si sabe anclarlo en una base productiva real.
Hablar de diversificación económica sin apostar por la Industria, es un ejercicio retórico. No es posible reclamar innovación, competitividad o empleo de calidad, si seguimos sin priorizar un tejido industrial que, más allá de su aportación directa al PIB, es capaz de generar valor añadido, exportar conocimiento y por encima de todo, vertebrar el territorio.
El problema no es de ideas. Es de prioridades. Y muchas veces me pregunto: ¿Qué nos pasa con la industria? ¿Por qué cuesta tanto que esté en la agenda política, en la planificación económica o en las conversaciones cotidianas sobre el modelo de desarrollo que queremos para Canarias? ¿Por qué no creemos en los productos que se elaboran en Canarias y en cambio, si apostamos por otros iguales del exterior?. Todo esto tiene un coste: económico, social y estratégico.
Nuestra industria ha demostrado resiliencia, capacidad de adaptación e impacto social. En un entorno estructuralmente complejo, las empresas industriales crean empleo estable, mejor remunerado que la media, y generan externalidades positivas en sectores clave como el transporte, la logística, la ingeniería o la formación técnica.
Pero no basta con resistir. Hay que crecer. Y para eso necesitamos profesionales cualificados en este sentido, la Formación Profesional Dual, no es una apuesta opcional, es una política urgente. Si no conectamos educación, empresa y empleabilidad, seguiremos sin dar respuesta a uno de los principales déficits del modelo canario: la alta tasa de desempleo juvenil y la desconexión entre oferta y demanda formativa.
Y a la vez, necesitamos reglas del juego que no penalicen a quienes apuestan por producir aquí. El Régimen Económico y Fiscal de Canarias (REF), que tantas veces se nos presenta como un privilegio, tiene que funcionar para lo que se creó, que no es otra cosa que fomentar el desarrollo económico y social de Canarias en su conjunto. Pero no puede hacerlo, si se mantiene alejado de la realidad. Las medidas deben ser claras, operativas, reales y por lo tanto, útiles, para las empresas canarias y para la sociedad canaria, no pensadas solo para grandes estructuras o inversiones inalcanzables.
La industria no pide privilegios, sino coherencia. Requiere políticas diferenciadas para competir en igualdad de condiciones, y reconocimiento de su papel estratégico en términos de cohesión social, sostenibilidad ambiental y equilibrio territorial. La producción industrial en Canarias no compite contra otros sectores: los refuerza. No es un sector residual, sino la base necesaria para reequilibrar un modelo excesivamente dependiente, vulnerable y estacional.
Para ello, además de mirar hacia afuera, tenemos sobretodo, que cuidar nuestra autoestima colectiva. Siempre me ha preocupado que hayamos interiorizado un relato que asocia lo canario a lo frágil, el reconocimiento de una realidad estructural y social a la necesidad de la subvención, lo periférico a lo improductivo. Y eso no es verdad los datos y las experiencias lo desmienten: cada empresa que mejora su eficiencia, cada joven que encuentra empleo tras una formación técnica, cada producto que lleva con orgullo el sello “Elaborado en Canarias”, refuerza un relato alternativo basado en la autosuficiencia, la innovación y la dignidad económica.
La industria no es algo del pasado. Es un pilar del futuro que queremos construir. Y si no lo entendemos a tiempo, seguiremos dependiendo de un modelo económico cíclico, precario y desequilibrado.
No escribo esto desde la queja ni desde la resignación, sino desde la convicción: Canarias tiene los ingredientes necesarios: personas preparadas, empresas con ganas de invertir, centros formativos de primer nivel, talento, creatividad. Solo falta activar un marco coherente de políticas públicas, incentivos bien diseñados y visión estratégica.
Canarias puede y debe desarrollar una industria competitiva, sostenible, digitalizada y conectada con su entorno. Pero sobre todo, una industria reconocida, respetada y cuidada. Porque sin industria, no hay futuro. Y el futuro de esta tierra merece mucho más que discursos vacíos o planes que nunca se aplican.
Ahora nos toca elegir, o seguimos ignorando el potencial industrial de Canarias, o apostamos de verdad por construir un modelo más equilibrado, justo y sostenible. Yo lo tengo claro y sé que entre todos lo vamos a lograr.