21/11/2024

¿Y tú de quién eres?
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Ecos del pasado: la pregunta que definía. En los barrios de antaño, donde cada esquina tenía un nombre y cada rostro una historia, «¿Y tú de quién eres?» no era solo una pregunta. Era un lazo, un vínculo que tejía el tejido social. Las familias se conocían, se cuidaban, y esa simple pregunta podía abrir […]

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Ecos del pasado: la pregunta que definía.

En los barrios de antaño, donde cada esquina tenía un nombre y cada rostro una historia, «¿Y tú de quién eres?» no era solo una pregunta. Era un lazo, un vínculo que tejía el tejido social.

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Las familias se conocían, se cuidaban, y esa simple pregunta podía abrir puertas o levantar muros. Era una época en la que la comunidad tenía un valor inestimable y cada individuo era una pieza fundamental de ese entramado. Hoy, en este mundo político tan fragmentado, me pregunto si hemos perdido ese sentido de comunidad, de pertenencia genuina. Esa pregunta, que antes unía, ahora parece dividirnos más que nunca. Y es que la esencia de esta pregunta iba más allá de la mera curiosidad; era un reflejo de una sociedad donde el sentido de pertenencia y la solidaridad eran pilares fundamentales. Recordemos aquellas tardes interminables en las plazas, donde los niños jugaban sin preocupaciones y los adultos discutían animadamente, pero siempre con un respeto implícito. Esas conversaciones eran el pegamento que mantenía unida a la comunidad, un recordatorio constante de que, sin importar nuestras diferencias, todos éramos parte de aquel modelo de barrio, que me vio nacer.

La política: entre amistades y sospechas.

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En el complejo y muchas veces sombrío mundo de la política, esa antigua pregunta resurge, pero con un tono distinto. Ya no se trata de tu familia, sino de tu bando. Me resulta desgarrador ver cómo mi aprecio por personas de diversas ideologías puede ser malinterpretado, cómo mi respeto por profesionales capaces es visto con sospecha. En un escenario donde las alianzas personales deberían ser celebradas, me encuentro con que las enemistades se forjan más rápido que las amistades. Es doloroso y frustrante ver cómo las etiquetas políticas deshumanizan nuestras relaciones. La política, que debería ser una herramienta para unir y mejorar la sociedad, se convierte en un campo minado de prejuicios y desconfianza. Cada gesto, cada palabra es analizada al detalle, buscando encontrar una afiliación, una inclinación que justifique la desconfianza. ¿Dónde quedó la capacidad de ver a la persona detrás de la ideología? Es en estas circunstancias donde uno se pregunta qué ha pasado con la nobleza del debate político, donde las ideas solían chocar, pero siempre en un marco de respeto mutuo y búsqueda de la verdad.

Más allá de las siglas: el valor de las personas.

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Mi papel como presidente de los jóvenes empresarios de Canarias me ha enseñado a valorar a las personas por lo que son, no por las siglas que representan. He encontrado grandes profesionales en todos los partidos, gente apasionada que lucha por un futuro mejor. Pero en este ambiente tóxico, parece que mi esfuerzo por colaborar con los mejores, sin importar su color político, es visto como una traición. La política debería ser un medio para el progreso, pero a menudo se convierte en una barrera. Miro a los ojos de mis colegas y veo su valía, no su afiliación. Cada uno de ellos tiene una historia, un compromiso, una pasión que va más allá de cualquier etiqueta partidista. Trabajar juntos, sin importar nuestras diferencias, debería ser nuestra mayor fortaleza, no nuestra debilidad. Es en la diversidad de pensamientos y enfoques donde encontramos las soluciones más innovadoras y efectivas. En mis encuentros con jóvenes empresarios, he visto de primera mano cómo la colaboración puede generar resultados asombrosos, cuando dejamos de lado nuestras diferencias y nos enfocamos en objetivos comunes. Sin embargo, esta colaboración a menudo se ve amenazada por los prejuicios y la desconfianza sembrada por la polarización política.

El peso de la vinculación: el estigma y la lucha.

No puedo evitar sentir una profunda tristeza y, a veces, una ira contenida, cuando me etiquetan injustamente. Ser vinculado a partidos sin fundamento, ser llamado oportunista cuando mi único interés es el bien común, es una carga pesada de llevar. Cada día lucho contra esta percepción errónea, y cada día reafirmo mi compromiso con la verdad y la justicia. Mi misión es hacer que las cosas sucedan, romper barreras y construir puentes, no para unos pocos, sino para todos. ¿Por qué es tan difícil ver más allá de las etiquetas? Esta lucha diaria no solo es personal, es una batalla que muchos enfrentan en sus respectivos campos. La estigmatización y la polarización son enemigos de la colaboración y el progreso. Debemos aprender a valorar a las personas por sus acciones y contribuciones, no por las etiquetas que otros les imponen. En mis actividades diarias, me encuentro con personas de todos los espectros políticos que, al igual que yo, desean ver un cambio positivo en nuestra sociedad. Sin embargo, el estigma de la vinculación política a menudo impide que estas alianzas se fortalezcan y prosperen. Es un reto constante navegar en este mar de prejuicios y malentendidos, pero es una lucha que vale la pena, porque el futuro de Canarias depende de nuestra capacidad para trabajar juntos.

Un llamado a la reflexión.

Al final del día, lo que realmente importa es la esencia de esa vieja pregunta: «¿Y tú de quién eres?». No se trata de partidos, de bandos, de intereses ocultos. Se trata de comunidad, de humanidad, de trabajar juntos para un futuro mejor. Se trata de reconocer que más allá de nuestras diferencias, hay un objetivo común que nos une. Cada acción, cada colaboración, cada esfuerzo está destinado a construir algo más grande que nosotros mismos. Y en esa construcción, invito a cada uno a reflexionar sobre sus propios prejuicios, sobre sus propias barreras. Porque al final del camino, cuando todo esté dicho y hecho, lo único que quedará será esa simple y poderosa pregunta: ¿Y tú de quién eres?

Nuestra sociedad necesita recuperar el valor de esa pregunta, no como un arma de división, sino como un puente hacia la comprensión y la cooperación. Debemos mirar más allá de las ideologías y ver el potencial humano que todos llevamos dentro. En la política, en los negocios, en la vida diaria, es esencial recordar que somos más que nuestras afiliaciones.

Somos individuos con la capacidad de influir positivamente en el mundo. Así que te pregunto, a ti que me sigues en estas letras, con el corazón en la mano y la mirada puesta en un futuro compartido: ¿Y tú de quién eres?

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