Reservamos tiempo para todo con el afán de saber o encontrar la fórmula mágica que ponga en nuestro paladar esa receta que nos haga disfrutar y saborear nuestra esencia, pero… ¿la encontramos realmente?
En una nueva era en la que todo tiene sabor a mucho y también a nada, en la que nuestra cocina tradicional se ha perdido por el camino con tanta innovación en las elaboraciones, en muchas ocasiones se nos olvida como saben realmente nuestros mojos de antaño, el pan recién horneado, ese potaje y así, un sinfín de sabores y esencias que hemos perdido por el camino.
Entre tanto ir y venir de platos bonitos y presentaciones exquisitas la magia se ha volatizado, y no es que la innovación sea un mal enfoque, porque no es así, solo que esta y las nuevas prácticas se deben hacer con conciencia y darle valor al producto y al productor. Se tiende a copiar sin saber cómo. Es de aquí de donde viene la pérdida de la esencia de lo nuestro, de no tener la receta correcta y hacer malabares que se caen de un peldaño mal estructurado. El resultado de todo ello es que no llegamos a entender lo que nos sirven en la mesa porque los nombres son indescifrables y cuando nos lo llevamos a la boca no sabemos realmente lo que estamos comiendo. Y de aquí mi reflexión:
Avanzamos en la gastronomía, en la cocina, pero.. ¿Lo estamos haciendo bien? ¿La nueva cocina está hecha para toda la sociedad consumidora de lo nuestro?
Es por ello que, en mi humilde opinión, debemos presumir más de lo que se produce, cómo y quién antes de copiar lo que no se sabe hacer.
No olvidemos que la esencia nunca se ha de perder. Es lo que marca la diferencia en este mundo tan cosmopolita en el que vivimos.
