El 28 de abril de 2025 quedará marcado para siempre en nuestra memoria colectiva como el día en el que se produjo del Gran Apagón. Casi dos meses después del Día Cero aún no terminan de estar claras las causas que originaron que el sistema eléctrico del país colapsara en minutos poniéndolo todo patas arribas.
Quizás fue un ciberataque, o un descontrol de las renovables, o quien sabe si se trató de un sabotaje. Lo cierto es que, probablemente, habrá que asumir que nunca lo sabremos. Y puede que sea porque, de verdad, no tenemos ni idea de las causas reales del apagón, o puede; que, aun sabiéndolas, no estemos preparados, como sociedad, para asumirlas y lo mejor sea dar la callada por respuesta, como suele ocurrir cuando se quiere evitar un pánico generalizado.
No digo que buscar las causas del incidente no sea importante pero; lo que de verdad debe ser muy importante, y es para lo que debe servir esta experiencia, es para que, de una vez, tomemos conciencia de la fragilidad del modelo tecnológico que hemos creado y sobre el que estamos empeñados en seguir montando el futuro de esta sociedad del bienestar.
Lo cierto es que tarde o temprano lo que vivimos el 28 de abril, inevitablemente, iba a ocurrir porque llevamos tiempo jugando a los dados. Hemos creado estructuras tan frágiles que ni siquiera somos capaces de encontrar el fallo porque el modelo hace aguas por todos lados.
Que el sistema energético colapsara era una posibilidad más que real desde que decimos que nuestra única fuente de energía vendría de los enchufes. Hemos hecho que nuestra vida dependa al 100% de la electricidad: desde calentar un vaso de leche hasta coger el coche. Todo pasa por el enchufe y cuando apuestas todo al rojo, ocurren estas cosas.
Por otro lado, España es uno de los países del mundo que sufre más ciberataques. Llevamos tiempo en la diana de los ciberdelincuentes y ya no sabemos por dónde nos vienen los tiros. La digitalización tiene que estar siempre acompañada de la ciberseguridad; pero, por lo que se ve, todavía no lo hemos aprendido y nuestros sistemas de defensa y monitorización no están a la altura de un entorno cada vez más hostil.
A veces conviene pararse, reflexionar, consolidar posiciones, bajar el ritmo, ponerse las gafas de lejos… pensar y decidir, desde el compromiso y la responsabilidad, cómo deben ser las bases del futuro tecnológico que estamos construyendo.
Es decir, hacer todo lo que no nos gusta hacer porque somos amantes del cortoplacismo, los titulares llamativos, los resultados rápidos… que, en la práctica, son el combustible para que se produzca el próximo apagón.
Cuánto nos cuesta pedir perdón, decir que nos hemos equivocado, que estamos dispuestos a repensarlo porque, no olvidemos, que la responsabilidad no se puede delegar, aunque queramos mirar para otro lado. Conviene tener muy claro que esto no va de política. Los fallos estructurales son como una bola de nieve que se crece poco a poco y se gestan con mucho tiempo de antelación. En ese tiempo los sillones van cambiando de color, pero la ambición de quienes los ocupan siempre es la misma.
Dejémonos de buscar una cabeza de turco al que cargarle el mochuelo del Gran Apagón y pongámonos a trabajar seriamente para que no se repita porque si asumimos que, de verdad, seguimos sin tener ni idea de los motivos, las probabilidades de volver a vivir una nueva experiencia inmersiva de las velas son las mismas, e incluso mayores.