Con la llegada de octubre, damos la depresión post vacacional por olvidada y la rutina plenamente instaurada, también en el plano educativo. El noveno mes del año vino con el inicio escolar, prácticamente en todas sus etapas, lejos quedan los años en los que los universitarios aún tenían estas semanas para recolectar los últimos rayos de sol, ahora septiembre manda.
Durante el pasado mes, comenzaron las clases nada menos que casi 237.000 alumnos de todas las etapas, de lo cuales 170.000 corresponden al primer ciclo de Infantil; 29.306, al segundo; 77.720 son alumnos de Primaria y 62.180, de Secundaria. Asimismo, empezaron su nuevo curso 25.957 estudiantes de Bachillerato y más de 40.000 alumnos en Formación profesional. Pese a todo, este año el curso arrancó con unos 1.500 alumnos menos, y son estos datos los que nos recuerdan un problema al que venimos aludiendo los últimos años: “no hay niños”. La natalidad en nuestro país no es un problema menos, recordemos que, a comienzos de año, hablábamos de la cifra de natalidad más baja desde 1941, y eso comienza a notarse en las aulas y, por supuesto, lo notaremos (en su debido momento) en la reducción del número de contribuyentes que traerá consigo un severo problema para las pensiones, inmensamente mayor que el que tenemos actualmente, si no planteamos una reforma de manera urgente.
Pero, lejos de hablar de la pérdida de niños y la reducción de nacimientos, me gustaría centrar estas breves palabras en el tremendo reto educativo y de creación de talento y la evidente desconexión del sistema educativo con el mercado laboral. No es un secreto el severo problema al que se enfrentan actualmente la mayoría de las empresas ante la búsqueda de personal cualificado, una crisis de personal y talento sin precedentes que ha llevado a muchas compañías a frenar sus planes de expansión y crecimiento y a muchos establecimientos a cerrar mientras reclutan personal. Atrás quedó aquella crisis del 2008 donde el problema era que no existían oportunidades laborales para los demandantes de empleo.
¿Qué sucede, entonces? El otro día escuché que sobran abogados y faltan carpinteros y soldadores, pero también faltan, por ejemplo, especialistas en nuevos sectores que florecen, como las energías renovables y la Inteligencia Artificial. Lo cierto es que las carreras universitarias tradicionales siguen imperando, aunque tímidamente van asomando nuevas titulaciones que pretenden generar puestos de trabajo que antes no existían. Y ese es el primer reclamo de un mercado laboral cada vez más diversificado e innovador. Las profesiones digitales han nacido, pero el sistema educativo no se ha adaptado a la misma velocidad de los cambios sociales y tecnológicos. Obviamente, siempre necesitaremos médicos y profesores, pero pronto necesitaremos muchísimo talento digital o ingenieros adaptados a las nuevas tecnologías.
En el otro lado, las profesiones. Tenemos unas de las generaciones con mejores expedientes universitarios y posgrados, pero no encontraremos fácilmente un fontanero.
Es posible que, en un intento por aportarle un futuro brillante a nuestros hijos, no contemplemos la posibilidad de que no accedan a la universidad, de grado hacia arriba. Lo irónico de todo esto es que, probablemente, nuestros hijos hoy tengan un mejor futuro laboral, y con más ingresos, si deciden acceder a la formación profesional. Una formación cada vez más cualificada y que, con el sistema dual, forma a verdaderos profesionales capaces de salir al mercado laboral totalmente preparados.
Lo que es evidente es que, el principal reto, es conectar el sistema educativo con el mercado laboral. En plena revolución tecnológica, las universidades tienen un reto mayúsculo y deben demostrar, una vez más, su capacidad de adaptación. Por otro lado, el otro reto, pobremente, lo tengamos aquellos que somos padres. Entender que hay vida y futuro más allá de las universidades. Un desafío social, educativo y laboral.
