Cataluña tendrá una financiación especial y recaudará sus propios impuestos. Una financiación singular a cambio de la calma tensa nacional que transitamos estos últimos años, dicen, para mejorar la convivencia. Un buen acuerdo para Cataluña y, dicen, que un buen acuerdo para el total de España. Me surgen, de pronto tantas preguntas que no sé por cuál comenzar, ¿cuál es el beneficio para el resto del país?
La tranquila convivencia de una sociedad no debería estar supeditada ni condicionada al dinero que recibe una Comunidad Autónoma, no sé en qué momento la legalidad y la paz fueron sujeto de chantaje. Posiblemente este tipo de situaciones me parezcan más propias de disputas entre padres y adolescentes o, incluso, a un niño pequeño que se llora si no recibe lo que añora. En algún momento los padres constitucionalistas olvidaron añadir este precepto a nuestra ley fundamental o, al menos, yo no recuerdo haberlo leído.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se mantiene firme a la hora de defender que las singularidades de las distintas comunidades autónomas en materia de financiación no están reñidas con la igualdad entre españoles, pues sigue asegurando que esta está garantizada. Incluso asegura que, “sea cual sea el sistema de financiación lo importante es contar con gobiernos de izquierdas que mantengan la fortaleza de los servicios públicos”. Es decir, no importan las medidas, lo fundamental es que gobiernes “los nuestros”. No seré yo, ni este periódico, la que se posicione con ideales de un lado ni de otro, pero tengo claro que algo se me escapa, pues yo creía que lo que se persigue siempre es continuar con el estado de bienestar que disfrutamos desde hace décadas gracias, en parte, a preceptos como solidaridad, igualdad y un reparto equitativo entre todos los españoles. Españoles todos iguales ante la ley, sujetes de los mismos derechos y obligaciones independientemente de la parte del territorio que nacemos. Está claro que alguien se equivoca, no sé si la propia Constitución Española o Pedro Sánchez, pero algo (o alguien) está fallando.
Sin embargo, y en la misma línea de los párrafos anteriores observo y me reafirmo en la radical falta de igualdad de todos los españoles, incluso ante la ley. Hace días asistimos a uno de los mayores bochornos jurídicos y policiales que hemos vivido en los últimos años. El dantesco espectáculo que vivieron las calles del centro de Barcelona con la entrada, a plena luz del día y con mitin incluido de Puigdemont, sin detención de ningún tipo a pesar de tener una orden de detención hace siete años. Repito, un señor esperado por la justicia desde hace muchos años se pasea delante de cientos de policías y se fuga sin ningún amago para detenerlo. Entiendo que hay gente que no está de acuerdo en dicha orden, pero si la hay, hay que cumplirla, de la misma manera en que detienen diariamente a cientos de delincuentes en nuestras calles. Si nuestra seguridad e integridad depende de estas fuerzas y cuerpos de seguridad, tal vez, no duermo muy tranquila. Repito, algo se me escapa.
¿Igualdad? Perdónenme, pero no.
