Seguimos asistiendo diariamente a la lamentable invasión de Ucrania por parte de Rusia y sus devastadoras consecuencias, en primera instancia en forma de vidas humanas y destrucción del país, y en segundo término en las derivadas que produce en la estabilidad internacional y en la economía global, sólo hace falta ver los últimos datos de inflación en las economías del G-20 para preocuparse por la pérdida de poder adquisitivo que esta ha generado y la gran inestabilidad e incertidumbre que provoca este conflicto bélico en medio del continente Europeo, sólo a un auténtico irresponsable desconectado de la realidad debido a la acumulación de poder autocrático durante años podría organizar e impulsar la invasión de un país al término de una pandemia y con la economía global afectada por problemas de abastecimiento debido a desajustes en las cadenas de suministros.
En estos últimos meses se han escrito ya ríos de tinta sobre esta cuestión, pero es muy difícil sustraerse a escribir otro poco más sobre el tema dada la estupefacción que aún me causa observar como el dirigente de la Federación Rusa parece que no se ha enterado de que el comercio ha sustituido a los impulsos belicistas que en el pasado eran el único recurso bárbaro de quienes querían algo que tenía el vecino, y es que desde el fin de la II guerra mundial, la creación de la ONU y otras organizaciones supranacionales, la UE y la primacía de cierto derecho internacional sobre el derecho de cada país nos hemos cuidado mucho de iniciar conflictos armados, máxime aquellas potencias que cuentan con armas nucleares dada la peligrosidad que entrañaría el uso de estas, ya que nunca en una guerra en las que se usasen habría un vencedor y de manera diametralmente opuesta a la victoria, todos perderíamos.
No tenemos más que echar un vistazo al pasado de Europa para ver como en los últimos dos mil años hemos estado matándonos entre nosotros sin parar y que tras la creación de la Unión Europea originariamente llamada Unión del acero y del carbón, esta manía de matarnos, invadirnos y atrapar los recursos del prójimo por la fuerza y sin contraprestación alguna ha disminuido sustancialmente y es que ese era el planteamiento y el objetivo inicial de los fundadores de la Unión, de manera que una unión de libre comercio e intereses económicos comunes en Europa desterrara el ardor guerrero que siempre nos caracterizó y que sólo trajo sangre, sudor y lágrimas.
De ahí que me niegue rotundamente a renegar las bondades de la globalización, y creo que cogiendo prestado el concepto que da título a la trilogía y obra magna de Antonio Escohotado, “los enemigos del comercio” son en cierta medida enemigos de la paz al menos en sentido metafórico ya que los más puristas me podrán decir que una guerra comercial no es precisamente pacífica, pero al menos si lo es en términos de destrucción física en sentido estricto. Y si negociar y comerciar nos civiliza y el interés y lucro individual que produce reparte las pulsiones de afán de poder y dominio en medio de las relaciones económicas en lugar de entre carros de combate y fuego de artillería pues bienvenido sea.
Una economía liberalizada en Rusia con instituciones democráticas que garantizasen seguridad jurídica, en medio de un marco regulador riguroso con una separación de poderes real que propiciaran que la economía compitiese realmente con las grandes del mundo y no el enano económico en el que se ha convertido, podrían haber disipado quizás ese impulso invasor, optando por influir en sus vecinos y en el mundo a través de las relaciones comerciales como hacen sus “aliados” chinos en lugar de iniciar invasiones y agresiones de este tipo.
Ojalá que el lenguaje y los mensajes amenazadores de los dirigentes rusos paren de una vez, los cuales han llegado a manifestar la posibilidad de una III Guerra Mundial con uso de armas nucleares incluido, con la peligrosidad que según los expertos en el tema pueden llegar a entrañar el uso de expresiones de este tipo pudiendo desembocar en una escalada bélico-verbal de difícil resolución y un empeoramiento del conflicto que pospondría el fin de la guerra para más adelante trayendo más destrucción e inestabilidad económica.
La ralentización que en parte ha producido este conflicto en la industria turística ahora que parecía que despegábamos de nuevo y podíamos volver este fin de invierno y primavera a niveles prepandemia en ocupación e ingresos está siendo manifiesto, y por ello estamos deseando que llegue a su fin lo antes posible por el pueblo Ucraniano principalmente pero también para ver si de una vez reseteamos el mundo y podemos comerciar a todo gas y sin freno con los enemigos del comercio bien lejos, porque igual así y de nuevo podremos comprobar que comerciar es sinónimo de civilización, prosperidad y paz.